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En el centenario de Manuel Ponce, poeta michoacano católico

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Qué alegría tuve al leer un ensayo de Rafael Calderón titulado “Manuel Ponce: un poeta católico de vanguardia”, en el suplemento “Laberinto”, de Milenio. En el árido desierto actual del periodismo cultural, considero que “Laberinto” es el más dinámico entre los poquísimos suplementos que se publican semanalmente y con buen tino se ofrece su consulta en línea. Dicho texto y “Cuatro razones para leer hoy a Manuel Ponce”, de Armando González Torres, se publicaron allí con motivo del centenario de este célebre poeta.

     Desconocía todo sobre Manuel Ponce Zavala, leer sobre su poesía me emocionó totalmente. Nació el 15 de febrero de 1913, en Tanhuato, Michoacán. Con azoro me entero que el pasado 11 de febrero asesinaron a Pedro Córdoba, secretario panista del ayuntamiento de Tanhuato. En esa población el edil Gustavo García ya había sido herido en un atentado en su contra, ocurrido en noviembre del año pasado. El dirigente panista Gustavo Madero ha condenado los hechos, pero parece que las palabras serán inútiles.

     La violencia en Michoacán está desbordada, el de Tanhuato es sólo uno de los muchísimos crímenes que mantienen en zozobra a los ciudadanos. El presidente Enrique Peña Nieto anunció que la política de seguridad de su gobierno iniciará en Michoacán; con preocupación y suma atención se debe tomar esta noticia, porque Felipe Calderón abrió el fuego en su estado natal y el resultado sólo ha sido una brutal descomposición de la vida pública en la tierra de Ocampo.

     Ante la destrucción virulenta, quiero pensar que un asidero y remanso puede ser la obra de michoacanos notables: Manuel Ponce pertenece a esa estirpe. Fue contemporáneo de otra notable poeta católica michoacana, Concha Urquiza, quien nació en pleno estallido revolucionario. Él quedó huérfano de padre a los cinco años. Su ingreso al Seminario Tridentino de Morelia lo protegió un poco del terror de la lucha revolucionaria, aunque también sufriría el acoso durante la persecución religiosa, que llevó a la reacción católica conocida como “la Cristiada”.

     En el seminario Manuel Ponce fue discípulo de otro eminente poeta, el queretano Francisco Alday. En 1936 Ponce recibió el sacramento del sacerdocio. Fue uno de los hijos más ilustres de su alma máter, allí dio cátedra de literatura por cerca de veinticinco años. La docencia le permitió ser un conocedor profundo de los clásicos griegos y latinos y de los españoles de los Siglos de Oro -Horacio, Virgilio, Garcilaso de la Vega, Luis de Góngora y San Juan de la Cruz-, también traduce en su totalidad a Dante.

     Además, se interesa por sus paisanos. Reviso la notable antología La poesía en Michoacán, de don Raúl Arreola Cortés, publicada por Fimax en 1979, que refiere los estudios de Ponce sobre varios de sus colegas: Diego José Abad, primer poeta michoacano antologado; Ezequiel Felipe García, de Angangueo, y José Bárcena, de Yurécuaro.

     En 1939 Manuel Ponce abre su obra poética por la puerta grande, Gabriel Méndez Plancarte le publica con una presentación de su pluma “Ocho poemas inéditos”, en la prestigiosa revista Ábside, a su cargo. Alfonso Méndez Plancarte, con motivo de la publicación del poemario El jardín increíble en 1950, recordará que “allá en el año de ´39, la revista Ábside de esta capital lanzaba ‘Ocho poemas inéditos’ de un estrenado lírico —oscuramente ignoto, a la sazón, pero llamado a esplendor muy alto— cuyas luces ‘querían quebrar albores’ desde Morelia. La atención sensible y los comentarios elogiosos de los célebres humanistas zamoranos inician una positiva recepción crítica de la obra poética.

     Sólo cuando se dominan las formas clásicas se puede romper con ellas. Manuel Ponce, maestro en el canon, es un notable poeta católico de vanguardia; en esta actitud de ruptura e innovación con la lengua española, es cercano al recién finado Rubén Bonifaz Nuño. Su obra es una catedral luminosa cuyo arco a lo divino inicia con Ciclo de vírgenes (1940) y culmina con Los lunes de Santa Inés (1980). Entre sus obras destacan: Cuadragésimo y segunda pasión; Misterios para cantar bajo los álamos; Cristo-María (recitales poéticos) y Elegías y teofanías.

     Arreola Cortés cita la valoración crítica de José Luis Martínez: “A la expresión arrobada, balbuceante, Manuel Ponce prefiere siempre la intelectual. Sus versos están apretados de espesos símbolos que es imprescindible traducir para una buena lectura de su poesía […] Formado en el estudio y en la diaria meditación de la teología, sus vuelos poéticos se le dan necesariamente con base alegórica. Más que mística, pues, es la suya una poesía teológica, como filosófica es la de Gorostiza”.

     Francisco Serrano apunta que “cuando le llega la revelación, Ponce resulta ser un caso excepcional en las letras mexicanas, ya que es un poeta que cree en la poesía, la verdadera poesía, como en un milagro”. La poesía como epifanía divina, milagroso don. Por su parte, Rafael Calderón considera  que “sus versos a veces medidos, otras basados en el verso libre y la escritura bajo el dominio del soneto, son marca de identidad”. Nos encontramos ante un poeta en el control pleno de su estilo. Un renovador de la poesía religiosa en México.

     Parte de la labor cultural de Ponce también se expresa en la fundación del Instituto de Cultura Arca y de la Casa de la Poesía, al igual que de la creación de la revista Trento, que dirigió durante veinticinco años. Otras publicaciones en donde participó son: El Centavo, Viñetas de Literatura Michoacana, Viñetas de Morelia, Letras de México, El Hijo Pródigo, Tierra Adentro y Siempre.

     En 1979 Manuel Ponce ingresó a la Academia Mexicana de la Lengua con un discurso titulado “La elocuencia sagrada en México”, que contestó Alí Chumacero. En 1991 el papa Juan Pablo II lo nombró consultor de la Comisión Pontificia para la Guarda y Fomento del Arte y de la Historia y al año siguiente se le concedió el título de “capellán del papa.”

     Los mayores estudiosos actuales de la poesía religiosa mexicana, Gabriel Zaid y Javier Sicilia, han realizado antologías de su obra, vale la pena buscarlas. Además, Vicente Quirarte realizó la presentación del disco donde Manuel Ponce lee sus poemas, en la colección Voz Viva de México. Este michoacano destacado falleció en la ciudad de México el 5 de febrero de 1994.

     Con motivo de su centenario se realizará un homenaje al poeta el domingo 24 de febrero en la sala Manuel M. Ponce -el músico-, en Bellas Artes. Participarán Javier Sicilia, Armando González Torres, Hugo Gutiérrez Vega y María Teresa Perdomo. El mismo González Torres nos da una razón para leer a Manuel Ponce hoy: “Porque  es un poeta católico, de hecho un sacerdote, que, sin embargo, no se ciñe a ninguna ortodoxia y cultiva una poesía libre, audaz y novedosa, que experimenta con metros e imágenes, que utiliza el humor, que descubre texturas, colores y sabores en el lenguaje.”

     Cierro con unos versos, con ganas de más: “Todo en la vida es rosa, si es dudosa,/ hasta la muerte cuando nos amaga:/ sólo la rosa no es mentira, es rosa.”

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Lesbianas y experiencias lésbicas de mujeres en 40 muestras de cuentística sáfica mexicana

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l presente trabajo es, a penas, una revisión somera de la construcción de las personajas lesbianas en varias muestras de cuentística sáfica; en esta breve relación también se incluyen textos donde las mujeres viven experiencias lésbicas sin asumirse como lesbianas.

Considero que estas vivencias y prácticas no identitarias forman parte del amplio, abierto y dinámico “continuum lésbico”, concepto acuñado por Adrienne Rich en 1980, para explicar las distintas relaciones que tejen las mujeres.

En el corpus de cuentos la mayoría de las personajas son casadas o solteras que tienen alguna relación sentimental o sexual con otros hombres en el presente o en su pasado ficcional, así ellas se mueven alrededor del continuum lésbico, pocas son las que exclusivamente han tenido sexo con otras mujeres o que se asumen lesbianas. Pienso que esta construcción recurrente puede deberse a múltiples razones que van desde la fantasía heterosexual, la actitud lesbofóbica de pretender que sin un hombre o un falo de por medio las mujeres no son plenas, o, por el contrario, estas decisiones autorales apuntan a señalar que las mujeres heterosexuales en su vida cotidiana pueden explorar relaciones profundas, más allá de lo que la heteronormatividad permite.

Este texto tiene una deuda fundamental con dos estudios relevantes en relación a la narrativa lésbica mexicana: me refiero, por supuesto, a los ensayos pioneros de Elena Madrigal y María Elena Olivera Córdova.

El corpus de cuentística sáfica mexicana está en construcción; estas notas veloces añaden más cuentos al inventario para su posterior estudio detallado.

Hasta ahora la investigación apunta que el antecedente más remoto es el texto “Las inseparables”, de Heriberto Frías (1915). Las inseparables son ricas, bellas y hedonistas, aunque el narrador también sugiere que acceden a realizar favores sexuales con hombres a cambio de lujosos regalos. Desconocemos sus nombres, los apelativos de “la activa” y “la pasiva” las reducen a roles sexuales binarios, además, viven silenciadas. Robert McKee Irwin ha señalado que a las inseparables no hay que considerarlas lesbianas sino “safistas”, véase su ensayo al respecto (2004).

Cuatro décadas después, en 1959, Guadalupe Amor se convierte en la primera autora mexicana en abordar el lesbianismo con su cuento “Raquel Rivadeneira”. La construcción es lesbofóbica porque Raquel, una mujer frívola, envejecida y solitaria, oscila entre la atracción y la repulsión por una anónima pretendiente de sesenta años, de pelo canoso y traje seco que “acentuaban la masculinidad”.

Una década después, en 1969, la corriente literaria de la onda ofreció dos ejemplos disímbolos y con relaciones intertextuales: “El espejo”, de Xorge del Campo1 y “El viento de la ciudad”, de René Avilés Fabila.2 

El primero es un cuento bien logrado de corte maravilloso que, por primera vez, sin prejuicios, da voz lésbica a una narradora enamorada de Rebeca. Como lo indica el acertado título, el espejo es un leitmotiv de gran simbolismo, puesto que el espejo mágico es la metáfora de la construcción de unas identidades lésbicas, a partir de la mirada. En el espejo se contemplan las amantes, es un espacio de recreación erótica, asimismo es la dualidad de una relación mutua y representa la ambivalencia.

En contraste, Avilés Fabila presenta un relato que se configura a través del recurso retórico de la elipsis que oculta el lesbianismo de Lourdes y Yolanda. El final brutal entre besos y golpes es la anagnórisis que nos revela lo escamoteado. En mis términos se trata de un cuento de “salida del clóset”, la anagnórisis equivale a descubrir la sexualidad distinta de las personajas.

Pasa otra década, en 79, Beatriz Espejo con “Las dulces”3 configura la primera personaja en forma positiva. Coincido con Olivera Córdova en su análisis de este cuento estilísticamente bien creado. Lucero, la narradora protagonista, abandona su condición de solterona católica ante la invitación de Pepa. El final abierto anuncia las posibilidades de una relación.

En 82, Fernando Nachón con el relato “¿Sigues pensando en tu ex vieja?” expone una perspectiva machista lesbofóbica cuando Francisco, el narrador protagonista, afirma ante una posible relación de su ex pareja Eloísa que: “Sé qué el lesbianismo anda de moda y esto quita mujeres del mercado”.

(Continuará...)

 

Bibliografía

AMOR, Guadalupe, “Raquel Rivadeneira”, en Galería de títeres, México: Fondo de Cultura Económica, 1959, (Letras mexicanas, 55), pp. 80-84.

AVILÉS Fabila, René, “El viento de la ciudad”, en Narrativa joven de México, México: Siglo XXI, 1969ð, pp. 197-216.

DEL CAMPO, Xorge, “El espejo”, en Narrativa joven de México, México: Siglo XXI, 1969, pp. 74-78.

ESPEJO, Beatriz, “Las dulces”, en Alta costura, México: Tusquets, 1997, pp. 87-92.

FRÍAS, Heriberto, “Las inseparables”, en Los piratas del boulevard (Desfile de zánganos, víboras sociales y políticas en México), México: Andrés Botas, 1915, pp. 137-139.

MADRIGAL, Elena, “Ficcionalización de la experiencia lésbica en tres cuentos de autoras mexicanas”, Fuentes humanísticas, Núm. 34, I semestre 2007. pp. 113-133.

McKEE Irwin, Robert, “’Las inseparables’ y la prehistoria del lesbianismo en México”, Debate Feminista, Vol. 29, año 15. México, 2004, pp. 83-100.

NACHÓN, Fernando, “¿Sigues pensando en tu ex vieja?” en Diario de un pendejo, México: Fontamara, 2009, pp. 125-129.

OLIVERA Córdova, María Elena, Entre amoras: lesbianismo en la narrativa mexicana. México: UNAM-Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades, 2009 (Debate y reflexión, 23).

 

1  “El espejo” también apareció en la antología de Enrique Jaramillo Levi, El cuento erótico en México, México: Diana, 1975, pp. 391-395.

2  “El viento de la ciudad” también apareció en el libro de cuentos de René Avilés Fabila, La lluvia no mata las flores, México: Joaquín Mortiz, 1ð970, pp. 46-74.

3  “Las dulces” apareció primero en Muros de azogue, México: Diógenes; después, en el libro ganador del Premio Nacional de Cuento San Luis Potosí 1996, Alta costura, México: Tusquets, 1997, pp. 87-92.

 

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(Segunda parte)

En 1986, Orlando Ortiz narra una relación de ternura en “Las amigas”#, donde Catalina, una joven burguesa, y Soledad, una chava obrera, se preparan para la lucha revolucionaria. Se trata de un cuento introspectivo, de suma originalidad. Al siguiente año, “Sonatina”, de Rosina Conde, se convierte en el cuento con más estereotipos lesbofóbicos: Pilar representa a la lesbiana machista y Sonatina la lesbiana prostituta con tendencias suicidas, ambas atrapadas en una relación de violencia.

     En 92, Mauricio Montiel Figueiras ofrece, a mi parecer, un cuento erótico de notables cualidades estilísticas, de tono lírico, con varias sutilezas, titulado “Orquídeas para tres voyeurs”. Con ecos de Nabokov se narra el despertar sexual de Ana, Teresa y Cecilia, alumnas púberes que observan un rito oscuro de corte fantástico en el que participan sus maestras.

     Un año después, Sergio González Rodríguez compila “Lesbianas en acción”, un relato pornográfico de autoría anónima. Los cuerpos de Tatiana y la narradora son cosificados, hipersexualizados y genitalizados para el consumo heterosexual.

     En 94 aparecen dos ejemplos más. “La otra habitación (segunda mirada)”, de Rosario Sanmiguel, que explora los recuerdos de Anamaría, una traductora de poesía divorciada, que regresa a Ciudad Juárez para arreglar asuntos de un pasado doloroso. Anamaría comparte una noche de pasión con la seductora cantante Cony Vélez. Por su parte, Antonio Mestre-Domnar, seudónimo del tabasqueño Freddy Domínguez Nárez, escribe “Bahía de la media luna”, un cuento erótico no exento del estereotipo de la vieja lesbiana perversa, Suzanne, quien seduce a sus sobrinas Biela y Gaby.

     En 96, Consuelo Gómeziñigo expone un inverosímil cuento titulado “Destino”. Un destino de sufrimiento, victimización y autocomplacencia por desamor lamenta una narradora. En contraste, al siguiente año, Teresa Dey crea el cuento erótico “Insh’allah”, donde Alina y la narradora, mujeres musulmanas casadas con Muhammad, se entregan a un deseo de muchas intensidades.

     Ese mismo año también aparece “No gracias mi amor”, de Victoria Enríquez, un divertido cuento donde la narradora y su amiga Roni tratan de ligarse a una bellísima mujer. El final de anagnórisis desvela a una mujer transgénero, que es la reina en el bar Tutankamón.

     En 98, Margarita Peña publica “El cuarto de los espejos”, donde Patricia, una frustrada bailarina clásica, desvela en retrospectiva las relaciones apasionadas entre Madame Vera y sus alumnas de ballet. El pasado abrumador de Patricia la lleva al suicidio. Un final desafortunado y estereotipado para una historia bien contada.

     En 99 aparece el cuento erótico “Luz Bella”, de Ivonne Cervantes,  que subvierte el espacio público de la Iglesia para narrar una excitación entre la narradora y Virginia, cuyo punto climático culmina con un orgasmo contundente.

 

Bibliografía

 

ANÓNIMO, “Lesbianas en acción”, en Sergio González Rodríguez (comp.), Los amorosos. Relatos eróticos mexicanos, México: Cal y Arena, 1993, pp. 396-397.

CERVANTES Corte, Ivonne, “Luz Bella”, en Sobre un sillón de piel… los juegos, México: Edivisión, 1999, pp. 151-157.

CONDE, Rosina, “Sonatina”, en En la tarima, México: Desliz-Ariadne, [1987] 2001, pp. 87-107.

DEY, Teresa, “Insh’allah”, en Mujeres transgresoras, México: Océano, 1997, pp. 93-7.

ENRÍQUEZ, Victoria, “No gracias mi amor”, en Antología del cuento lésbico, México: LesVoz, [1997] 2007, pp. 44-45.

GÓMEZIÑIGO, Consuelo, “Destino”, en Las mujeres de la torre, México: Océano, 1996, pp. 199-200.

MESTRE-Domnar, Antonio, “Bahía de la media luna”, en El cardenal salió a comer y sus amantes perdieron la fe más dulce, México: Gatsby-Instituto de Bachillerato Latinoamericano, 2008, pp. 18-24.

MONTIEL Figueiras, Mauricio, “Orquídeas para tres voyeurs”, en Páginas para una siesta húmeda, México: Tierra Adentro, 1992, pp. 7-18.

ORTIZ, Orlando, “Las amigas”, en Sólo sé que fue así, México: Conaculta, [1986] 2005, (Lecturas mexicanas. Cuarta Serie), pp. 35-47.

PEÑA, Margarita, “El cuarto de los espejos”, en El masaje y otras historias de amor, México: Fontamara, 1998, pp. 103-119.

SANMIGUEL, Rosario, “La otra habitación (segunda mirada)”, en Callejón Sucre y otros relatos, México: Ediciones Eón-El Colegio de la Frontera Norte-New Mexico State University-Universidad Autónoma de Ciudad Juárez, [1994] 2004, (Paso del Norte), pp. 49-68. 

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(Tercera parte)

 

 

El 2001 ofrece a la nómina dos autoras. Rosamaría Roffiel en “La primera revelación” entrega otro cuento de “salida del clóset”; en este caso se trata del despertar sexual de Guille, niña de casi once años, que en unas vacaciones en Veracruz sorprende un beso nocturno de dos mujeres, ésta anagnórisis desata su propio deseo lésbico, con asombro y gozo. Por su parte, la artista visual con el seudónimo de Niña Yhared (1814) publica “Seducción de dos niñas”, un cuento erótico de corte fantástico con clara influencia de Nabokov, donde Azul y Lila, nínfulas vampiresas, hacen un periplo gracioso para recuperar sus colmillos.

     Al año siguiente la antología de escritoras mexicanas Atrapadas en la cama incluye tres cuentos: “Historia a cuatro manos”, de Aline Petterson; “La isla”, de Rosa Nissán, y “El para siempre dura una noche de luna llena”, de Rosamaría Roffiel. Aline Petterson opta por un cuento de tono lírico sobre el despertar lésbico de dos niñas imaginativas: Leonora y Silvia, el asombro y la euforia están muy bien narrados, como en el caso de Roffiel. Rosa Nissán con humor desenfadado retrata un aburrido matrimonio, donde Juan mira películas porno. En la tele las actrices quedan reducidas al silencio y el anonimato de las letras A y B, mientras cumplen un mecánico acto sexual. Son personajas incidentales.

     En 2003 Elena Madrigal explora la maternidad lésbica en un breve cuento entrañable titulado “El suéter”, donde la complicidad y ternura de Marta y Rebeca son la metáfora de un cálido abrazo, el mejor suéter para su hijo Claudio.

     “La piedra en el pozo sin fondo”, de Naief Yehya, publicado en 2004, es una caricatura simplona del feminismo, en clave de metaficción. El narrador, un esposo desesperado, escribe un cuento lésbico donde Silvia y Paula aparecen en el lugar común de la fantasía heterosexual.

     Ese mismo año la compilación La lujuria perpetua recoge dos cuentos: “Paraísos en venta”, de Rafael Pérez Gay, y “Un hombre, dos mujeres y un espejo”, de María Teresa Priego. En el primero, un reportero se entrevista con la sinaloense Coni, una trabajadora sexual que no tiene problemas con hacer sexo lésbico o dar un “lesbi show” a hombres. Además, están la jamaiquina Ciel, taibolera enamorada de la sinaloense Arlet y Aline, otra taibolera, que vivió con una gastroenteróloga casada.

     Por su parte, el relato de María Teresa de corte intimista e inquisitivo, casi metafísico, aborda un trío de la narradora con la hermosa Lol y un hombre. Aquí, el espejo es un leitmotiv que permite a la mirada una reflexión de los cuerpos deseantes.

     Ese año, además, Fontamara publicó el libro Cuentos lésbicos, de autoría anónima que, por medio del recurso retórico del manuscrito hallado, indica que el volumen fue encontrado por una lesbiana en Guadalajara. El recurso es burdo, se descubre que el autor es un hombre que, por ejemplo, en el texto “El juramento y la recompensa” pone como narradora a Cydno de Mitilene, quien inicia a sus alumnas en la adoración a Safo.

     En 2005 Artemisa Téllez publica “Antes”, que, a mi juicio, es su cuento más logrado. Aquí la narradora recuerda su primer amor platónico encarnado en Andrea, una niña risueña de ojos azules. La extrovertida protagonista también nos narra su primer beso con su mejor amiga Myriam. El final con buenas dosis de humor saca del clóset a la monja Teresa y la madre Hilda, que estuvieron en el colegio de las niñas.

     Ese mismo año Julia Cohen presenta un inverosímil cuento titulado “Caldo violento”. Inés, una soltera de 49 años que tuvo un aborto, se convierte en la asesina de sus conservadores padres, después de que repentinamente muere su amada Cristina, justo antes de que se fueran a vivir juntas. El estereotipo de la lesbiana desdichada es patético.

 

Bibliografía

 

ANÓNIMO, “El juramento y la recompensa”, en Cuentos lésbicos, México: Fontamara, 2011, (Colección Cisne, 153), pp. 21-23.

COHEN, Julia, “Caldo violento”, en María Teresa Priego (comp.), Madres e hijas, México: Cal y arena, pp. 129-149.

MADRIGAL, Elena, “El suéter”, en Contarte en lésbico, México: Alondras, [2003] 2010, pp. 49-52.

NISSÁN, Rosa, “La isla”, en Beatriz Espejo y Ethel Krauze (comps.), Atrapadas en la cama, México: Punto de lectura, [2002] 2005, pp. 83-88.

PÉREZ Gay, Rafael, “Paraísos en venta”, en La lujuria perpetua, 3a reimpr., México: Cal y arena, 2012, pp. 37-65.

PETTERSON, Aline, “Historia a cuatro menos”, en Beatriz Espejo y Ethel Krauze (comps.), Atrapadas en la cama, México: Punto de lectura, [2002] 2005, pp. 73-82.

PRIEGO, María Teresa, “Un hombre, dos mujeres y un espejo”, en La lujuria perpetua, 3a reimpr., México: Cal y arena, 2012, pp. 75-87.

ROFFIEL, Rosamaría, “La primera revelación”, en El para siempre dura una noche, 2a ed., México: Sentido Contrario, 2003, pp. 15-17.

TÉLLEZ, Artemisa, “Antes”, en Un encuentro y otros, México: Corporativo Cabaretito, 2005, pp. 5-12.

YEHYA, Naief, “La piedra en el pozo sin fondo”, en Jordi Soler (comp.), Otro ladrillo en la pared, México: Selector, 2004, pp. 137-150.

YHARED (1814), Niña, “Seducción de dos niñas”, en Hadas de mar, México: Colofón, 2001, pp. 77-79.

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Lesbianas y experiencias lésbicas de mujeres en 40 muestras de cuentística sáfica mexicana

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(Cuarta y última parte)

 

 

 

 

El 2007 trae dos antologías: una exclusiva de cuento lésbico, auspiciada por la editorial LesVoz, y otra titulada La dulce hiel de la seducción, que recoge tres ejemplos: “Hay cosas que las manos nunca olvidan”, de Cristina Rivera Garza; “Something stupid”, de Iván Ríos Gascón y “Arsénico y caramelos”, de Eve Gil.

     Rivera Garza crea un momento de complicidad e intimidad de Camelia la Texana y la narradora, en el tren Moscú-París. Iván Ríos Gascón construye una inverosímil narradora pelirroja, de ojos azules, que humilla a Nancy, una gorda cantinera. El texto pornográfico es una descripción lesbofóbica de la caricatura grotesca de Nancy. Eve Gil también opta por un relato porno con la influencia declarada de Nabokov para contar la seducción que emprende la rebelde alumna Portia hacia su maestra Emma Casablanca, quien, aunque está casada, tiene una relación con Carolina. La lesbofobia aflora cuando la maestra rechaza a la alumna. Portia le grita: “maldita lesbiana”.

     De la antología de LesVoz elijo dos cuentos: “Las dos no son amigas”, de Carmen Boullosa, y “La noche de Brigitte Bardot”, de Reyna Barrera. El primero es de corte erótico donde la masturbación y el deseo de unas vecinas estalla en gozo. El segundo es un sueño con dosis de humor sobre un encuentro con la diva Brigitte Bardot. Éste es un cuento con rasgos autobiográficos donde la narradora implícita empata con la misma Reyna.

     Fernando de la Luz indaga sobre el lesbianismo en la provincia en “Sólo para mujeres”. En una cantina exclusiva para mujeres Manuela seduce a la introvertida cantinera Josefa. Josefa cuenta las relaciones lésbicas que son costumbre en pueblos de la Mixteca abandonados por la migración.

     Ese mismo año Hugo César Moreno publica “Son dos”, un cuento pornográfico con influencia de Nabokov. Dos anónimas nínfulas quinceañeras: una morena y la otra rubia, que nunca hablan, son descritas por el narrador con una mirada morbosa, que en una actitud lesbofóbica no duda en afirmar que “siempre es impuro un amor como éstos.”

     Arturo Duque, del Colectivo Entrópico, escribe en 2008 “Piedad Perenne”, otra fantasía hetero, donde Manuela y Piedad se quitan las blusas en una cantina. En contraste, “El desempance”, de Gilda Salinas, es un balance que hace la narradora que, posiblemente, es la misma autora. Ella valora en retrospectiva los tragos tristes y las alegrías. Las letras de las canciones están ligadas a sus recuerdos. Tiene veinte años viviendo con su norteña y se siente agradecida.

     “Dicen”, de Patricia Karina Vergara Sánchez, es un cuento erótico con perspectiva lesbofeminista, donde una esposa se libera de las humillaciones de su marido y se va con su amiga. En 2009 Ylla Kannter con “Agua ardiente” narra sin morbo sexo fisting de Vero y la narradora en el puerto de Veracruz. En el mismo tono erótico, al año siguiente, Adriana Reinking describe un encuentro titulado “Intimidad volátil”, de dos chavas adineradas que disfrutan un baño de vapor.

     Albero Vargas Iturbe, también del Colectivo Entrópico, entrega un cuento pornográfico titulado “Decepcionada se metió con un grupo lésbico”, que suda misoginia y escupe lesbofobia en 2011. En contraste, “Amantes de lo ajeno”, de Rogelio Guedea, publicado en 2012, es una divertida minificción, cuyo final de “salida del clóset” descubre a dos esposas con otras relaciones extramaritales.

     Con perspectiva lesbofeminista Marta Torres Falcón imagina en “El libro de las mutaciones” a Alicia, una política exitosa, que asume una transformación vital al conocer a Melissa, una activista lesbiana. Éste es un cuento de la antología de diversidad sexual Del rosa al rojo, una iniciativa de La décima letra, una editorial de Guadalajara.

 

 

Bibliografía

 

BARRERA, Reyna, “La noche de Brigitte Bardot”, en Antología del cuento lésbico (once años de cuentos lésbicos publicados en la revista LesVoz de 1994 a 2006), México: LesVoz, 2007, pp. 70-73.

BOULLOSA, Carmen, “Las dos no son amigas”, en Antología del cuento lésbico (once años de cuentos lésbicos publicados en la revista LesVoz de 1994 a 2006), México: LesVoz, 2007, pp. 42-43.

DE LA LUZ, Fernando, “Sólo para mujeres”, en La casa de las amazonas, México: Editorial Leer y escribir, 2007, pp. 33-49.

DUQUE, Alberto, “Piedad Perenne”, en Eduardo Cerecedo, Javier Serrato Vargas y Alberto Vargas Iturbe (comps.), Bragas de la noche, México: Colectivo Entrópico, 2008, pp. 32-41.

GIL, Eve, “Arsénico y caramelos”, en Ana Clavel (comp.), La dulce hiel de la seducción, México: Cal y arena, 2007, pp. 71-89.

GUEDEA, Rogelio, “Amantes de lo ajeno”, en La vida en espejo retrovisor y otros cuentos portátiles, México: Lectorum, 2012, p. 139.

KANNTER, Ylla, “Agua ardiente”, en Agua ardiente, México: Editorial Kapelmex, 2009, pp. 45-57.

MORENO, Hugo César, “Son dos”, en Cuentos porno para apornar la semana, México: Tierra Adentro, 2007, pp. 62-64.

REINKING, Adriana, “Intimidad volátil”, en Atrévete, México: edición de la autora, 2010, p. 32.

RÍOS Gascón, Iván, “Something stupid”, en Ana Clavel (comp.), La dulce hiel de la seducción, México: Cal y arena, 2007, pp. 51-68.

RIVERA Garza, Cristina, “Hay cosas que las manos nunca olvidan”, en Ana Clavel (comp.), La dulce hiel de la seducción, México: Cal y arena, 2007, pp. 17-38.

SALINAS, Gilda, “El desempance”, en Del destete al desempance (cuentos lésbicos y un colado), 4a reimpr., México: Trópico de Escorpio, 2011, pp. 99-105.

TORRES Falcón, Marta, “El libro de las mutaciones”, en Luis Martín Ulloa (ed.), Del rosa al rojo (antología de cuento de diversidad sexual), México: La décima letra, 2012, pp. 49-57.

VARGAS Iturbe, Alberto, “Decepcionada se metió con un grupo lésbico”, en La prepa popular (cuentos novelados), México: Editorial Espacios literarios, 2011, pp. 51-52.

VERGARA Sánchez, Patricia Karina, “Dicen”, en Edna Torres Ramos y María Elena Olivera Córdova (comps.), Transgresoras: relatos de mujeres que actúan en libertad, México: Secretaría de Cultura del Gobierno del Distrito Federal, 2008, pp. 11-12.

 

 

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¡Abajo el trabajo! ¡El trabajo al carajo! ¡Ajo ajo ajo!

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Calderón se nombró el “presidente del empleo” y a las únicas personas que dio sustento fue a las funerarias, a los sepultureros, a los de la Estela de Luz y a los albañiles del Memorial de los asesinados. Peña Nieto piensa que con reformas mueve a México, lo que pasa es que también tiembla. ¿Y la chamba, apá?

Desde el primer día de enero mi propósito de año nuevo fue encontrar empleo, a ver si el propósito se cumple para antes de que termine el año o de perdida el sexenio. He mandado mi currículum a cuanto lugar he visto en internet, acaso tengo que cambiar de estrategia e irme a los anuncios clasificados de los periódicos. Luego de meses sin recibir respuesta ni un lacónico gracias por participar en la rifa, el jueves me puse contento porque en una editorial de libros de química me dijeron que me harían una entrevista, de lujo, pensé, ojalá haya química y me den la plaza.

El lugar de la cita quedaba allá por el Estadio Azteca, pensé que estaba en chino ser puntual el lunes, justo después del fin de semana del nuevo horario de verano, justo el día en que todos los estudiantes regresaban a clases, sólo que tuviera un helicóptero presidencial —no, corrijo, es mejor no tener ningún vehículo volador del gobierno—, así que madrugué. El metro de la línea azul fue veloz, parecía que todo marchaba sobre ruedas. El tren ligero también se fue rapidito. Ojalá que así fuera transportarse en la ciudad.

Llegué temprano a mi segunda entrevista de trabajo. ***Resultó que la editorial quedaba cerca del seminario que tuvo monseñor Rafael Guízar y Valencia, el tío de Marcial Maciel, ambos oriundos de Cotija, Michoacán. Don Rafael, a diferencia del sobrino —la oveja negrísima de la familia—, es santo, lo canonizó el Papa (ahora Emérito) Benedicto XVI, en 2006. Guízar y Valencia estudió en el Seminario de Zamora, allí llegó a ser director espiritual y catedrático, y acompañó al obispo peregrino, monseñor José María Cázares, en sus visitas al rebaño. En los tiempos más oscuros del callismo, Rafael Guízar y Valencia luchó por mantener abierto el seminario por el que pasé esta mañana. Ahora es una casona rodeada de taquerías, con una placa en la entrada.***

Cuando llegué a mi cita, firmé en el libro de la entrada y vi que antes de mí habían pasado alrededor de quince personas buscando el mismo trabajo, qué competencia atroz. De hecho, me senté al lado de un chavo más grande que yo, que estaba muy serio llenando papeles. Después me tocó a mí.

Me hicieron el anunciado examen de ortografía y ¡zaz! erré dos palabras, escribí "paradógico" y "através", ¡Epic Fail! Haré diez planas de paradójico y a través, difícilmente olvidaré estas palabras en mi vida. Me sentí humilladísimo en mi orgullo de estudiante de letras. Paradójico, paradójico, paradójico, paradójico, paradójico, paradójico, paradójico, paradójico, paradójico, paradójico… A través, a través, a través, a través, a través, a través, a través, a través, a través, a través…

Y los refranes se agolpan ahora: “al mejor cocinero se le va el tomate entero” y “al mejor cazador se le va la liebre”. Pero ni soy el mejor cocinero, ni tampoco el mejor cazador, y por lo visto estoy lejos de ser el corrector de estilo perfecto, aunque si me dieran el puesto pondría toda mi concentración para no quedar mal. Yo, todo sonrisas con la entrevistadora; a ver qué tal me va en esto de venderme al pequeño y al gran capital.

Después, fui a recoger más pistas del poeta César Moro, y felizmente las conseguí. Él era un “nini” de su tiempo, un haragán profesional. Detestaba tener que trabajar, lo veía  como la mayor de las maldiciones. “Ganarás el pan con el sudor de tu frente”. De grande quería ser bailarín clásico, pintor, poeta: ¡un artista! Eso soñaba el señorito cuando vivía mimado al lado de su madre en Perú. A él lo que más le gustaba era tirarse en la playa limeña, ¿a quién no?

En París fue “pintor de brocha gorda en la remodelación de un teatro. Fue jardinero. Profesor de idiomas. Niñero. Pareja de baile”. Del teatro donde lo contrataron, lo expulsaron porque hizo dibujos pornográficos, eso recordaría años después Francisco Avril de Vivero, uno de los niños al que Moro cuidó, según dice Marco Avilés.

Avilés también cuenta que un amigo de César, Ricardo Tenaud, funcionario de una empresa telefónica peruana, quiso apoyarlo y lo llevó con su jefe. Pero en la entrevista Moro hizo todo a su alcance para que no le dieran el puesto. El jefe le reclamó al subordinado por haberle llevado “una bailarina de cabaret”.

En México, César Moro, según dice Julio Ortega, fue traductor de francés, empleado de Bellas Artes y vendedor de libros. Augusto Monterroso confirma su trabajo en una librería, esos empleados son los peores porque siempre te aseguran que no tienen el título que buscas sin molestarse en revisar: “En uno de esos años cuarentas [1943] Ninfa Santos me presentó a Moro aquí en México, en la librería en la que Moro trabajaba en el pasaje cómo se llama en las calles de Gante y Madero, pero a mí él, como cualquier otro personaje famoso, me daba (y siguen dándomelo, y por eso huyo de ellos, y ellos, cuando lo notan, deben imaginar quién sabe qué cosas) tanto miedo que a causa de esa presentación jamás volví a entrar en esa librería, y supongo que a éste se refiere Moro cuando en la primera carta declara amargado e irónico: “Soy un empleado cien por ciento”, con ese intencionado lenguaje de dependiente de tienda.

Aquí se enamoró del cadete Antonio Acosta Martínez, que estaba inscrito en el Colegio Militar y tenía veinte años. El poeta se gastó lo poco que tenía comprándole zapatos o ropa, dándole el dinero, así como se entrega todo en el amor incondicional, las monedas de tus besos, los billetes de tus caricias, ay, amor tan pordiosero. Uno pensaría que el soldado era un chichifo, quién puede juzgarlos. Eso sí, Antonio le destrozó la vida cuando lo rechazó para hacer familia con esposa y un bebé, a quien Moro adoraba como hijo de sus entrañas, en parte era suyo.

Con la salud quebrantada, Moro decidió enterrarse en su tierra, en “Lima la horrible”; le escribe a su amigo Emilio Adolfo Westphalen, no tiene dinero para el pasaje, necesita doscientos cincuenta de los verdes. Jugará a la lotería si es necesario para ganar los morlacos. A su llegada quiere hacer negocios con Westphalen, vender perros con pedigree, royal poodle o caniche real (él tenía un salchicha llamado Pacho), traficar con figuritas precolombinas hasta saturar el tianguis negro o ser mercader de antigüedades del siglo XIX. Allí está Moro como la lechera, haciendo cuentos y cuentas.

Terminó sus días como un gris profesor de francés. Mario Vargas Llosa, que entonces era interno en el Colegio Leoncio Prado, recuerda las burlas infamantes que Moro soportaba de las bestezuelas: “¡maricón!”, le gritaban cuando no le escupían. ¿Cuántos maestros tragaron insultos en silencio? ¿Cuántos sonrieron irónicamente hacia otro lado? ¿Cuántos no se acostaron con sus pupilos? Sólo aguantar infamias de los cadetes del Leoncio Prado le remuneraba algo a Moro. ¿No había aguantado antes todos los tratos de un cadete mexicano? ¿No se había empobrecido ya por un soldadito?

Ese es el currículum del hombre que odiaba trabajar. Recibo nuevas pistas suyas de manos de una bibliotecaria que realiza su trabajo invisible y silencioso, conserva y organiza el acervo de Juan Acha, un crítico de arte que nació en Perú y murió en México, y nos legó dos pequeñas joyas de César Moro; una, por cierto, editada en Caracas por Julio Ortega y dedicada a Juan Acha.

Camino a casa leo su poema “Abajo el trabajo” y respondo que sí: ¡El trabajo al carajo! Van unos fragmentos: “Pecho de bisonte/ El pantalón y la chaqueta/ Hacen el trabajo/ Pero tu corazón tiene un panorama/ Y el jugo de tu chaleco/ Oh prendas de vestir!/ Permitid, azul, que pase/ Sin venir a pasar una estadía/ De las vacaciones que le permiten/ Las ocupaciones del trabajo de su sueño.// En el trabajo de su sueño pierde/ Lo que vosotros, ojos, no ganaréis jamás;/ Por tanto nada ganaría a trabajar/ Por anular su sueño, esperemos….// No arbora en la farmacia/ No se venden en las tiendas,/ Oh prendas de vestir, abanicos!/ Por tanto nada ganaría a venderse/ Ni a trabajar:// Invitación a no concurrir al trabajo/ (Habitación estrecha la de los guantes)/ […] (París, febrero 1928).”

Aunque de principio podría parecer la impostura de un huevón, su rechazo total me parece una actitud luminosa. En el fondo, ¿a quién le gusta hacer tareas y menos con estos salarios de miseria? Bienaventurados los que laboran en lo que les apasiona, porque encontrarán pequeños momentos de felicidad en sus días. Al llegar a casa, limpié el excremento de mi tía abuela, que ya no puede caminar. Lo dicho: la vida es una mierda, y sólo vale la pena por algunos penes, unos libros y los amigos. ¿Me darán el empleo?          

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Edward Weston fotografía un ángel

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Lo recuerdo porque mi abuela falleció pocas semanas después, habíamos llegado a un punto límite en la casa, y una amiga me habló desde México para saber cómo estábamos. Y le conté a ella que esa mañana, buscando todo lo que hubiera sobre Tina Modotti en la biblioteca, porque mi mamá lo necesitaba para su investigación, había desempolvado un libro sobre el fotógrafo Edward Weston, de Terence Pitts, publicado por Taschen. En este momento quisiera tener el libro en mis manos. Leí el breve texto sobre Weston, que se enamoró de Tinísima en México, y una breve nota a pie de página me emocionó, Pitts consignaba que Weston había frecuentado los círculos homosexuales de Los Ángeles, en la década de los veinte; pero no decía más, sólo indicaba un guiño jotero del artista: había ilustrado una edición lujosa de Leaves of grass, del inmenso poeta Walt Whitman, que le habían pedido por encargo. Eso le conté por celular a mi amiga, con dificultades, porque la señal se perdía en Zamora ranch, y luego lo olvidé.

Desconocidos e invisibles son los caminos de Dios, el viernes pasado fui a la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH), donde estudió mi hermana, mi amiga fue el motor inicial del viaje. Me detuve en un improvisado remate, la revista Alquimia, del Sistema Nacional de Fototecas (SINAFO), que colecciona mi papá, llamó mi atención; un ejemplar en especial: el número marica 41, del año 14 (41 invertido), abril de 2011, con el tema “Del pictoralismo y otros olvidos”, que traía fotos de elegantes desnudos de señoritas gráciles. Me lo llevé por la ganga de 10 tostones, ¡me encantan esas ofertas!

El sábado en la taza del baño di un brinco feliz cuando vi que entre los sensuales cuerpos femeninos también convivían fotografías de hombres desnudos. Sombras palpitantes. Y una la había tomado Weston. Rubén Claro en su ensayo “Los borrosos desnudos” indica que el título del retrato es “Dancing Nude”, que apareció en el prestigioso anuario Photograms of the Year, Londres, 1916. La revista era el órgano de la “élite pictoralista británica”. En aquel momento el fotógrafo estadounidense firmaba como Edward Henry Weston (Edward H. Weston) y apenas hacía sus primeras incursiones en el campo visual, después abandonaría el pictoralismo para construir su propio estilo: caracterizado por un disfrute de la forma en blanco y negro, con vegetales de sinuosas curvas voluptuosas y estructuras sólidas de acero de fábricas abandonadas. Weston sufriría mucho porque consideraba no tener el reconocimiento que merecía, oh, veleidad de vanidades, en aquel entonces él todavía no había conocido la mirada de Modotti.

San Google informa que Weston dejó huellas en sus diarios sobre la vida nocturna homosexual angelina, en esas páginas, que ojalá alguien traduzca al español, hay descripciones de marinos lúbricos y de afeminados que se ligaban con los ojos. Despojo de oro. Edward observa a los homosexuales sin prejuicios, según parece, y estos documentos son una fuente valiosa para reconstruir la otra historia (la oculta, la silenciada) de Los Ángeles. Weston, un fotógrafo heterosexual, decide poner en palabras lo que vio, su escritura es un acto de respeto que me conmueve. A la par de los diarios de Weston se encuentran las cartas del poeta gay Hart Crane, que revelan el ligue porteño. Crane, que también vivió en México, se suicidó tirándose del barco que lo llevaría a Nueva York, después de recibir una paliza por intentar seducir a un marino. Amores náufragos.

¿Quién es el hombre que Edward Weston congeló para siempre en el tiempo? No lo sé. Foto de joto. Mozo en el gozo de su cuerpo en movimiento o, mejor, un ángel a punto de emprender el vuelo. Una pose de brazos suspendidos casi en crucifixión. Alas hechas hielo. Quiero imaginar que el desconocido pertenece al linaje divino que Xavier Villaurrutia consagró en su “Nocturno de los ángeles”. ¿En qué lugar accedió a ser modelo de Edward? ¿Cuál fue el primer instante en que sus ojos se cruzaron? ¿Quién era este ángel? Villaurrutia me responde: “Tienen nombres supuestos, divinamente sencillos./ Se llaman Dick o John, o Marvin o Louis./ En nada sino en la belleza se distinguen de los mortales.” Una fotografía es una sombra detenida con todos los claroscuros del deseo.

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José Emilio Pacheco, Juan Gelman y las sombras de los pájaros

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Han sido días de mucho trajín y quehaceres en la casa, con esto de cuidar a mi tía, a mi tía abuela y a mi abuela, que están pachuchas. Pero con la ayuda de mi familia va saliendo el trabajo y la carga se vuelve menos pesada. Por eso estas colaboraciones se vuelven cada vez más breves y esporádicas, disculpa, lector, por los inconvenientes.

La mañana del 17 de abril, hace ya un mes, vi entre los mensajes fugaces en Twitter que José Emilio Pacheco y Juan Gelman estarían en el Centro Cultural de España para presentar sus libros de la colección de 6 a 99 años “Había otra vez”. Aquello era muy tentador, así que acepté la oferta 2 por 1. Dos premios Cervantes en una tarde de poesía, para distraerme de las labores del hogar.

Hace tiempo había asumido erróneamente que jamás vería de cerca a José Emilio, por su extrema timidez y su vejez. Una vez lo había visto lejanamente en la sala Nezahualcóyotl, de la UNAM, pero se veía pequeñito, casi un punto, frágil, más allá del bien y del mal. A Juan Gelman sí había tenido la oportunidad de escucharlo, en una de las múltiples ferias de libro que Paco Ignacio Taibo II organiza en la ciudad.

Cuando llegué al Centro Cultural de España coincidí inesperadamente con la llegada de José Emilio, él caminaba apoyado de un bastón y del brazo de su esposa, la escritora Cristina Pacheco, después, tomaron el elevador. Continué el trayecto hacia el espacio X, donde sería la presentación. Hubo la espera cotidiana. El enjambre de fotógrafos recibió a Juan Gelman y su esposa, él con lentes negros y cierto glamour, y varios minutos después, hizo su aparición la familia Pacheco.

José Emilio estuvo jovial, bromeó con Juan, porque, aunque son vecinos a unas cuantas calles, seguramente se verían más seguido si Gelman viviera en Buenos Aires y él en México. La tarde fue deliciosa, “de lujo”, subrayaron los organizadores. Pacheco mantuvo su buen humor, muy platicador. En cambio, Gelman, parco, el moderador le sacó dos frases casi a la fuerza. Por cierto, quien moderó fue Alejandro García Schnetzer, editor de la colección “Había una vez”, un proyecto del Taller de comunicación gráfica.

     El único momento de humor del poeta argentino, que leyó su cuento El ciempiés y la araña, fue cuando terminó una historia con una frase dicha en un tono muy porteño: “¡Ah qué pajarito de mierda!”. Y el pajarito de mierda nos hizo reír a todos, pero en especial a un niño. El pequeño estuvo botado de la risa varios minutos y sus carcajadas contagiosas robaron la atención de Gelman.

     Alejandro García Schnetzer le preguntó por sus lecturas de infancia a Gelman, él no quiso hacer memoria, se limitó a decir que historietas y ya. En cambio, José Emilio tenía fresca la imagen de El príncipe feliz, de Oscar Wilde, en una traducción de Jorge Luis Borges.

Durante la participación del autor de Las batallas en el desierto, jugamos a las adivinanzas, algunas de las que están en su libro El espejo de los ecos son epigramas traducidos por él de la antología griega, otras son creación suya. La obra fue confeccionada por encargo de su hija, Laura Emilia Pacheco.

Sólo supe la primera adivinanza, muy fácil: “Dices mi nombre si callas”. (R: El silencio.) Las otras parecen enigmas, me sorprende que estén pensadas para lectores de seis años en adelante, porque su grado de dificultad y abstracción es enorme: “Gracias a mí/ no eres piedra./ Por mí/ dominas el mundo”. (R: El lenguaje.) “Hijo oscuro del padre más brillante,/ ave sin alas sé llegar al cielo./ Si te acercas a verme llorarás/ porque al nacer empiezo a disolverme”. (R: El humo.)

El libro de José Emilio está bellamente ilustrado por Jesús Cisneros, que a partir de motivos orientales, creados con primor y delicadeza, en tonos sepia, da el contrapunto a las imágenes construidas por la poesía. Incluso, configuran un discurso visual autónomo y coherente en sí. De ninguna manera las ilustraciones se someten a una función meramente ancilar. De hecho, José Emilio consideró que el trabajo de Jesús Cisneros, a quien no conocía hasta entonces, merece por sí solo un título propio.

José Emilio terminó la charla con una buena observación, ahora que se dedica a ver más películas en la televisión, anciano venerable que tiene mucho tiempo libre, considera que está ocurriendo un fenómeno que reivindica a las mujeres: los hombres enseñan más sus cuerpos en la pantalla, “enseñan más pechos los actores”, dijo. Benditos pectorales de oro.

Después, hice la cola para conocer de forma más cerca al poeta vivo más importante de la poesía mexicana. Un pajarito que ilustra la página inicial de su libro canta la dedicatoria que me hizo José Emilio Pacheco. El poeta sonríe, le gusta el trino del dibujo. “Es como el pajarito de Twitter”, le digo en plan posmoderno. Es el pajarito que le habla a Nicolás Maduro, me dice Pacheco sin aguantarse la risa. El “chiquitico”, le respondo riéndome también.

 

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Veintiséis años de decencia ya se nos hicieron lujuria

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El Festival Internacional por la Diversidad Sexual (FIDS) en su edición 26º para este mes de junio de 2013 trae de todo como en botica y viene con ánimo de provocar deseos, incomodar buenas conciencias, generar reflexión y luego soltar la carcajada. En un año que ha estado marcado por crímenes de odio contra homosexuales y trans y un acoso virulento de la vida nocturna gay de la Ciudad de México, en estos tiempos donde el matrimonio entre personas del mismo sexo parece ser la primicia para una moral homosexual que impone comportarse bien, el FIDS pone en la discusión un tema con sus dos caras de moneda brillante: “La decencia y la lujuria”.

     ¿Ser decente o entregarse a la lujuria? ¿O se pueden ambas? Estas dudas (y todo lo que usted quería saber pero no se atrevía a preguntar) será reflexionado por Elsa Aguirre, Ricardo Hernández Forcada y Miguel Soria. El FIDS pone la mesa en el Museo Universitario del Chopo, las conclusiones son suyas.

     Y abierta la puerta para temas, que cada vez deberían ser menos polémicos y más cotidianos, no te pierdas a tres figuras del cine que compartirán su experiencia en la “Pornografía”: el canadiense John Greyson, Marianna Palerm Artís y Fabián Giménez Gatto. La mesa será moderada por Arturo Castelán, director del XVII Festival Mix de Diversidad Sexual en Cine y Video, que este año tiene una alianza solidaria con el FIDS.

     Por cierto, en la gran pantalla del Centro Cultural de España en México, el FIDS proyectará tres documentales: Quebranto, del genial Roberto Fiesco, una historia entrañable y descarnada sobre el artista infantil Pinolito que de grande decidió ser la travesti Coral Bonelli. Los recuerdos de Coral se unen a los de su madre, la actriz Lilia Ortega, con una fuerza de múltiples intensidades que le valió a esta mirada portentosa el Premio al Mejor Documental Iberoamericano en el Festival Internacional de Cine de Guadalajara 2013; también, Agnus Dei. Cordero de Dios, de Alejandra Juárez, un testimonio desgarrador sobre el abuso sexual que Jesús Romero sufrió a la edad de 11 años, en las garras de un sacerdote. Este documental denuncia la impunidad sobre la pederastia criminal en el seno de la Iglesia Católica; y, por último, Nadie es libre, de Alfredo Galindo, un rescate necesario de la dramaturga y activista Nancy Cárdenas, la primera persona en salir del clóset en México. La película recupera testimonios de sus amigas, las actrices Carmen Montejo y Carmen Salinas, y militantes en la defensa de los derechos humanos.   

Para incitar el diálogo en el Chopo, el escritor Wenceslao Bruciaga y el activista Anuar Luna Cadena tendrán algunas reflexiones éticas (y quizá morales) sobre el sexo sin protección entre varones, lo que se conoce por “Montando a pelo”. Y el activista Juan Jacobo Hernández compartirá una cartografía cachonda de los “Lugares públicos de encuentro sexual”. Y para sacar chispas habrá un debate (de pronóstico reservado) en el que participarán el académico Héctor Salinas y Alejandro Juárez Zepeda, activista de Ombudsgay, que tienen posturas encontradas sobre la discriminación.

Además, La China, Gogo Dancer y Rosa María Trejo estarán en la mesa “Escenas de pudor y lesbiandad” para hablar de los lugares de ligue y recreación para lesbianas. Por su parte, en el Museo de la Mujer, las dos mamis, Ana de Alejandro García y la escritora Criseida Santos Guevara, compartirán su experiencia de maternidad lésbica y el derecho a la autonomía reproductiva. Natassja Ybarra y Paulina Gaytán serán “Lesbianas a la vista” para conversar sobre las expresiones lésbicas en los medios de comunicación. Y la sexóloga Nancy Herrera ofrecerá un taller sobre sexo seguro entre lesbianas.

El FIDS tendrá la presentación de la próxima Conferencia Mundial de la International Lesbian, Gay, Bisexual, Trans and Intersex Associaton (ILGA) en México, a cargo de Gloria Careaga. Y un homenaje al flautista Horacio Franco, por sus 35 años de carrera y visibilidad gay.

En cuanto a las artes escénicas se presenta La estatua asesinada, obra del dramaturgo Gonzalo Valdés Medellín, que realiza un homenaje a la pasión del poeta Xavier Villaurrutia y el pintor Agustín Lazo. El cabaret estrambótico corre por cuenta de Gays Anatomy, Gabriela Gallardo y Las vecinas de la calle J. Mientras que Jerry Shaw hará un performance de “Queerpo frontal”, que involucra la ternura y el deseo. Además, se agarrarán de dos a tres caídas sin límite de tiempo los Luchadores Exóticos, con toda su jotería. Y los estudiantes de las carreras de diseño gráfico y comunicación visual de la Escuela Nacional de Artes Plásticas (ENAP) presentarán la edición 18º de su Desfile de Moda Alternativa y Arte Objeto.

En el FIDS se presentarán los libros Semánticas homosexuales, del antropólogo y activista Xabier Lizarraga Cruchaga, publicado por el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH); El derecho al juego. Lecturas y evocaciones de José Joaquín Blanco, de José Mariano Leyva y Sergio Téllez Pon (compiladores), publicado por Quimera ediciones; y el libro de cuentos ¡Despierta ya!, de Jaime Velasco Estrada, jovencísimo ganador del 9º Premio Internacional de Narrativa convocado por la editorial Siglo XXI, la UNAM y El Colegio de Sinaloa. Este libro con mucha nalga y deseos escatológicos será presentado por los escritores Juan Carlos Bautista y Sergio Téllez Pon.

En la Academia de San Carlos, jóvenes activistas de distintos grupos de universidades públicas y privadas sostendrán los “Diálogos por la Diversidad Sexual”. Para cerrar con broche de lujuria dorada, el 27 de junio será la inauguración de la muestra plástica “La decencia y la lujuria”. Todo se antoja y, por supuesto, todo lo mejor de la vida siempre es gratis. ¡En junio la agenda está llena!

 

Consulta la programación completa en:

 

http://www.chopo.unam.mx/academicas.html

 

http://ccemx.org/2013/05/22/xxvi-festival-internacional-por-la-diversidad-sexual/

 

http://www.museodelamujer.org.mx/

 

 

 

 

 

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Marcelo, la ternura y el deseo

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La tarde lluviosa del pasado domingo se antojaba para estar arrellanado en la butaca de cine, con palomitas y la mejor compañía. Le sugerí a Alejandro que fuéramos a ver Marcelo y nos lanzamos. Fue la segunda proyección que se hizo en la ciudad de México en el marco del XVII Festival Mix de Diversidad Sexual en Cine y Video; la primera llenó la sala de la Cineteca Nacional, donde estuvo parte del elenco de la película. El Festival Mix trajo este año un documental que es una obra maestra del cine mexicano de las últimas décadas: Quebranto, de Roberto Fiesco, sobre la memoria intensa de Coral, una mujer transgénero, y su madre Lilia; Marcelo, por su parte, es una historia entrañable que rompe con algunos lugares comunes del cine gay.

Después de recorrer los festivales de Morelia, Guadalajara y San Diego, la ópera prima del tijuanense Omar Yñigo llegó por fin a la capital y ojalá que pronto se estrene en salas comerciales. Una película muy esperada por el papel protagónico que realiza Aarón Díaz, el galán de telenovelas, que esta vez hizo un trabajo muy digno en la pantalla grande. El guapísimo Aarón se arriesgó a interpretar un personaje que deja atrás algunos estereotipos sobre los homosexuales, el resultado es cordial y próximo: Marcelo, un joven medio torpe y medio feliz, crea empatía inmediatamente con el público. ¿Quién no podría amar a un chavo que es experto en historietas, viste como un ñoño, tiene una gallina china como fiel compañera y siempre que se esconde debajo de la cama se golpea accidentalmente?

Más allá del chisme –siempre sabroso- de pensar que Aarón Díaz hace una salida del clóset implícita con su actuación, los rumores sobre su homosexualidad seguirán zumbando como moscas después de su divorcio con la actriz Kate del Castillo, el actor rompe con su encasillado rol de atractivo objeto sexual, para explorar una faceta en la que ha salido crecido: un adolescente feo y alcornoque que vive su despertar homosexual. Hasta ahora, Marcelo es el mejor personaje en la carrera de Aarón.

Los fans de Aarón se sentirán decepcionados si esperan ver en la pantalla grande un glorioso desnudo de la estrella o escenas de homoerotismo explícito en vivo y a todo color, es más, Aarón Díaz ni siquiera se da un tierno beso con un hombre. Y esto, aunque parezca una oportunidad perdida, es en realidad un acierto. Marcelo es una película que supera ciertos tópicos del cine gay: hombres desnudos, escenas sexuales directas e intensas, ambientes sórdidos y el atractivo físico de actores jóvenes y seductores. Durante la hora y media del filme, el público no verá nada de esto, pero sí se conectará con un personaje adorable. Acaso los nuevos horizontes de la cinematografía gay se encuentren en las pequeñas historias cotidianas, en detrimento de los proyectos transgresores que buscan romper con el orden establecido, quizá mostrar las alegrías y tristezas de todos los días también tenga un componente provocador que todavía falta explotar.

Lejos de contar una trama homoerótica, a Omar Yñigo le interesaba compartir una historia del paso de la adolescencia y la asunción de la homosexualidad en un chico enternecedor, que se tropieza constantemente y tartamudea a la menor provocación. Si crecer implica un proceso siempre difícil y doloroso, la elección del género de la comedia para narrar este tránsito es otro punto a favor. Yñigo declaró al periódico norteño La Vanguardia que “la película es una comedia, y el humor es una herramienta para poder manejar este tema y ventilarlo sin encontrar mucha resistencia por parte de un público quizá no tan acostumbrado a él.”

Omar Yñigo hace un debut convincente en la gran pantalla. No es una improvisación ni una película hecha sobre la marcha, se observa un trabajo decidido, decantado y bien estructurado dramáticamente. Un estupendo guión fue bien resuelto en la dirección. El doble mérito es de Omar. Él afirmó que “esta película, Marcelo, es un guión que yo escribí siendo alumno del Centro de Capacitación Cinematográfica. Empecé escribiéndolo como un ejercicio pero me gustó tanto la historia que comencé a desarrollarlo en un largometraje; fue un largo proceso, varios años de trabajar el guión hasta que quedó la versión final.”

Marcelo disfruta los cómics, que son su escape a la condición infantilizada que le impone su madre, hasta que un día encuentra en las revistas pornográficas otro superhéroe, el de todas las fantasías de su deseo: Platino-Kid, un vaquero intergaláctico de látex luciente. Marcelo vive con su madre, dueña de una vecindad que renta. La propiedad de la mamá es un hermoso edificio con puertas verdes de la colonia Roma, que se encuentra en la calle Jalapa, por donde tantas veces he pasado en otras tardes lluviosas.

El joven se enamora de Julio, su vecino, un guarro trabajador sexual que accede a los requerimientos de Marcelo, para pagar las rentas que debe. Mientras el romance entre Marcelo y Julio crece con las escapadas nocturnas, la ansiedad y pánico de la madre de Marcelo se dispara.

La situación se complica cuando Marcelo se entera que su padre, recién fallecido y a quien nunca conoció, también era homosexual. Pero, como afirma el abogado encarnado por el actor Carlos Cobos, “la homosexualidad no es una herencia”, cada quien tiene la vida que puede, elige y quiere; entonces, Marcelo tendrá que decidir si se somete a los miedos y la paranoia de su aprehensiva madre o se aventura hacia los sueños de su deseo. La posibilidad de vivir su propia homosexualidad, cuando el padre no tuvo esa oportunidad, es quizá el mayor acto de amor y de afirmación del hijo. Ahora me pregunto, cuántos chavos homosexuales descubren que sus padres eran bisexuales u homosexuales de clóset, esos secretos de familia quizá sólo se pueden resolver con la comprensión, el respeto y la libertad.

La actriz Laura Zapata es la madre mala de la historia, una auténtica villana. El punto climático de la homofobia está simbolizado en una escena brutal cuando la madre obliga a Marcelo a quemar las fotos cachondas de Julio. El rollo de la película fotográfica arde en pantalla como tantos deseos silenciados se consumieron hasta reducirse en cenizas del deseo. Omar Yñigo construyó una metáfora cinematográfica poderosa que me conmovió.

Héctor Jiménez interpreta a Julio, el vecino. Héctor, amigo de mi amigo Guillermo, es un actor gay que saltó a la fama con el personaje de Búlgaro Antonio, en la serie El albergue, de Cadena Tres. La vulgaridad de Julio es el contrapunto perfecto a la inocencia de Marcelo. El elenco se completa con la blanquísima gallina Wendy y con la última actuación en vida de Carlos Cobos. La estética de la película recuerda el diseño de la década de los cincuenta y el sountrack tiene rolas como “Pajarito del amor”, de Carla Morrison, y el sencillo “Quiero ser un color”, del grupo Furland. Marcelo es la mejor opción para un domingo tranquilo y amable. Una historia que, como el vaivén de un columpio, se balancea entre la ternura y el deseo.                          

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El deporte, fábrica de hombres nuevos

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Durante el período finisecular decimonónico las representaciones masculinas habían tenido un notable afeminamiento y la subjetividad artística estaba marcada por la hipersensibilidad, los cuerpos masculinos eran lánguidos y los varones se permitían actitudes de dandismo; todas estas prácticas habían generado una ansiedad heteronormativa virulenta en la opinión pública.

Como reacción a esta realidad, durante la primera mitad del siglo XX se afirmó una masculinidad hegemónica basada en la salud y el deporte, apartada de los vicios decadentes y los paraísos artificiales del siglo XIX; paradójicamente, este renacimiento del cultivo y el culto al cuerpo masculino también expresaba un homoerotismo latente porque exaltaba la belleza varonil. Deborah Dorotinsky ha señalado que “los ejercicios atléticos de los griegos –en tanto formadores de cuerpos armoniosos y no hipertrofiados- aparecen ya en el imaginario deportivo desde 1910, como atestigua una imagen fotografiada en la YMCA. Este ideal físico neoclásico permeó una parte de la producción pictórica y escultórica en el periodo de entreguerras y se extendió incluso bien entrada la II Guerra Mundial” (Dorotinsky, 62).

El Estado posrevolucionario encontró en el deporte un mecanismo de desmovilización de la población y de construcción de un modelo de “hombre nuevo” para la unidad nacional, que se impulsó decididamente en las escuelas para la formación y educación de niños en ciudadanos. Dorotinsky explica con lucidez que:

la implementación del deporte implicó la construcción de un cuerpo político, este cuerpo no podía consolidarse sin una microfísica de políticas del cuerpo. El deporte y el ejercicio ordenado y reglamentado como el que se practica en el ejército y la policía era un ejemplo muy claro: series, repeticiones de movimientos, tablas gimnásticas, desfiles. […] Efectivamente: el advenimiento del hombre nuevo implicó una serie de prácticas que perfeccionaron el cuerpo del individuo y al mismo tiempo formaban y daban dirección o sentido al cuerpo social (66).

 

El profesor juarense José Urbano Escobar colaboró en la configuración y puesta en práctica de esta microfísica de políticas del cuerpo con su pedagogía implementada en las Tribus de Exploradores Mexicanos. El profesor inspiró su pedagogía en aquella que teorizó y llevó a la práctica el propio fundador del movimiento scout internacional, Baden-Powell.

Los deportes como atletismo, basquetbol, béisbol, voleibol, natación, lucha, box, gimnasia y arquería se pusieron en práctica al ritmo de silbatos, cornetas, señales y voces de mando; la formación en valores tequihuas (palabra que significa “tropa” en lengua náhuatl) rescatados de la organización militar azteca se implantó para exaltar el nacionalismo mexicano; la instrucción en prácticas de campamento, senderismo y excursión, trabajo rural y primeros auxilios se realizó bajo estricta vigilancia; el paso marcial se acompañó de himnos y cantos para inflamar el espíritu; se promovió la lectura de libros completos y el aprendizaje de memoria de poemas, apropiados para el intelecto; incluso se introdujeron la “psicología del maestro de exploradores. Requisitos que debe llenar un verdadero jefe” y la “psicología del muchacho explorador: Pre-adolescencia, adolescencia, post-adolescencia” (Escobar, 1931: 3-13). Todas estas prácticas disciplinarias se potenciaron para constituir una compleja microfísica de políticas del cuerpo.

Alimentada de las ideas eugenésicas se impulsó la producción del “hombre nuevo” que era una promesa en los cuerpos jóvenes e infantiles que se ejercitaban. Dorotinsky describe las cualidades de este nuevo modelo de masculinidad: “El juego y el deporte como una forma de jugar eran además vistos como una forma de ‘viricultura’, de cuidado en la crianza de los hombres (viriles), de cuerpos templados, sanos y bellos, pero sobre todo sin las atrofias de un ejercicio exagerado que era visto no sólo como indeseable sino como nocivo” (72). Por ello, “el encauzamiento de las energías del niño, su liberación sana y dirigida (para evitar las deformaciones que pudiera generar el instinto sexual) son algunas de las premisas fundamentales” (73).

La portada del primer número de la revista Educación Física, que dirigió José Urbano Escobar, de febrero de 1923, ofrece a sus lectores un ejemplo del “hombre nuevo” en su máxima expresión. Se encuentra completamente desnudo, aunque no muestra sus genitales, ocultos decentemente por la posición que tiene de perfil. Se trata de un cuerpo alto, con la musculatura marcada, atlético, sano, templado con firmeza, con los puños cerrados, expresando fuerza y potencia, y cuya postura recuerda la escultura griega del Discóbolo. Sorprende que el “hombre nuevo” no sea un mexicano, se trata de un hombre caucásico, de pelo castaño y nariz aguileña, que mira hacia adelante, hacia el futuro, con un impulso decidido. La anatomía de este varón no remite a la raza cósmica soñada por José Vasconcelos, pero la figura de este ejemplar masculino está recortada por un enorme calendario azteca al fondo que hace patente el sentido nacionalista del proyecto ideológico de la nueva masculinidad. Así, el calendario azteca recupera a este hombre de rasgos europeos para la raza mestiza. La estética neoclásica de su fisonomía corporal se encuentra en una tensión con la propia raza mexicana, por eso es necesario incluir en la imagen la escultura azteca que recuerda el origen mítico de la nación. El calendario azteca es un símbolo del origen, y a la vez abre un nuevo ciclo, anuncia un nuevo tiempo mexicano emanado de la revolución, tiempo que será construido con el trabajo de los nuevos mexicanos. La imagen no se sitúa en un lugar definido, de esta manera se hace énfasis en su carácter de abstracción, este varón es un modelo, un ideal para alcanzar. El “hombre nuevo” que se crea y se recrea con el deporte tiene resonancias con el dibujo canónico de Leonardo da Vinci, “El hombre de Vitruvio”, donde la figura masculina se encuentra inscrita en una circunferencia y un cuadrado y es expresión máxima del hombre renacentista.

 

Bibliografía

 

Dorotinsky Alperstein, Deborah, (2012). “Dejar las armas y tomar la pelota: deporte, ejercicio y juego en el campo mexicano”, en Formando el cuerpo de una nación. El deporte en el México posrevolucionario (1920-1940). México: CONACULTA/Instituto Nacional de Bellas Artes/Museo Casa Estudio Diego Rivera y Frida Kahlo, pp. 57-74.

Escobar, José U., (1931) Programa de actividades de las Tribus de Exploradores Mexicanos, México: Talleres Gráficos de la Nación.

 

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César Moro, fantasma solar

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¡Vacaciones!, benditas vacaciones de verano, vacas pastando en el campo, oh, alegría por la diversión, el ocio y el descanso de estos meses calurosos. Un momento, recuerdo que este año, por primera vez, no tendré un periodo vacacional hasta diciembre, porque soy un buen empleado y en la institución donde laboro hacen su julio y agosto con horas de oficina. Claro, siempre es mejor tener un empleo a estar de vacaciones en el desempleo, ¿cierto? Hay quienes descansan haciendo adobes, por ejemplo. No me quejo, disfruto ser un achichincle ejecutivo. César Moro, en cambio, detestaba trabajar, era un flojón profesional.

Y regreso a Moro, doy vueltas circulares sobre mis temas favoritos, soy obsesivo. Hace varios meses encontré y leí una novela breve titulada Las vacaciones, de André Coyné. Los libros encuentran a sus lectores en el momento indicado. A mí me pasa que los libros que quiero sin saber de su existencia brillan de las estanterías, su voz me llama, “soy tuyo”, y los tomo y me sorprende esta relación inicial -casi mágica- que establezco con mis objetos amados. Libros que se reproducen libres en mi biblioteca.

Así pues, un buen día después de clases, fui a una librería de viejo que está en Miguel Ángel de Quevedo, donde tantas veces he dilapidado centavos y horas; buscaba, en especial, una obra: los Escritos varios sobre arte y poesía, de Emilio Adolfo Westphalen, en una edición de la filial peruana del Fondo de Cultura Económica. Westphalen fue un poeta peruano, amigo de César Moro. Gracias a él, tenemos datos importantes sobre la trayectoria vital y artística de Moro. Los ensayos de Westphalen presentan una prosa elegante y luminosa, los numerosos ensayos que le dedica a Moro son testimonio de una vocación crítica que aquilata en su justa dimensión el valor de César Moro en la poesía. Después de César Vallejo, Moro es quizá el mejor poeta peruano. El imperio del verso es el dominio total de los dos Césares.

Tengo mi ejemplar de Westphalen en las manos, cuando, de pronto, por azarosas razones me brinca desde el bosque de nombres y títulos el apellido de Coyné, el amante de Moro: Las vacaciones, de André Coyné, un librito pequeño y delgado de color verde, publicado en la prestigiosa colección “Ficción”, de la Universidad Veracruzana en 1962.

A la velocidad del metro, emprendí la lectura de Las vacaciones, un dato en la página legal me emocionó, la traducción del francés es de Luis Mario Schneider, y la dedicatoria de Coyné es elocuente en su secreto: “Y para Luis Mario, él sabe por qué”. De pronto, este vínculo iluminó el interés y conocimiento que Schneider tuvo por Moro. Sin la amistad de los críticos, difícilmente Luis Mario Schneider habría editado y prologado la antología de poesía Los surrealistas franceses, que César Moro publicó en el “Suplemento No. 3” de la revista Poesía, en 1938, donde el peruano daba a conocer en nuestro país el trabajo de doce poetas que se adscribían al surrealismo.

En palabras de Schneider, se trata de “la única compilación poética que aún existe en México sobre este movimiento francés. Por el conocimiento que tenía su autor del surrealismo y por la calidad de la traducción esta muestra es un documento de necesaria difusión de la estética más revolucionaria del siglo XX”. Esta antología fue publicada en la colección de cuadernos de “Material de lectura”, de la UNAM, y, por supuesto, también la conseguí sorpresivamente otro feliz día después de clases, en el conocido paseo de las facultades.

Hay información que comparte Luis Mario Schneider que sólo pudo conocer a través de André Coyné, como la relación de César Moro con su compañera fiel: “Cretina, una minúscula tortuga con la que el poeta templaba su paciencia, alimentaba su extravagancia haciéndola peatona de la Alameda Central”. César Moro paseaba a Cretina en la Alameda. Gérard de Nerval paseaba a su langosta con un listón azul en los jardines del Palais Royal. Estas poses son los gestos más auténticos de los dandys, oh señoritos que sacan a pasear su velociraptor por las grandes rúas.

En un poema, Moro habla de su vínculo amoroso más íntimo: “Antonio Cretina César/ Tu nombre aparece intermitente/ Sobre un ombligo de panadería/ A veces ocupa el horizonte/ A veces puebla el cielo en forma de minúsculas abejas/ Siempre puedo leerlo en todas direcciones”. Cretina es su tortuga y Antonio es el cadete Toño Acosta Martínez, el hombre que más amó el poeta en su vida.

La traducción que hizo Schneider de la novela de Coyné es notable. La segunda persona a la que apela la voz narrativa me atrapó desde el primer momento: ese hombre  a quien le habla la voz es un profesor de literatura que viaja al sur, a su ciudad natal en la playa, para disfrutar su mes de vacaciones. La descripción de las relaciones noctámbulas excitó mi imaginación: “En racimos, en el umbral de los hoteles, solitarias, apoyadas en un árbol, las mujeres livianas reclutaban; en la obscuridad de los edificios en construcción, parejas muy pobres para alquilar un cuarto –soldados, sirvientas- se besaban; mientras en las esquinas, muchachos sospechosos o cortos de dinero guiñaban a los señores que parecían no interesarse por las hembras.”

En esas noches densas, los sueños del maestro eran visitaciones del pasado: “Aquellas noches dormías con fantasmas. Te arreglabas para destruir los aspectos más suaves del sueño durante el sueño mismo, o para marcarlos con un signo nefasto del que después, durante el día, desconfiabas”.

Y sigue: “Cuando se te apareció tu amigo, muerto hacía dos inviernos, para decirte que su muerte era falsa y que la amistad de ustedes iba a reanudarse sin temor a aquellos que se dejan engañar por un cadáver, te alegraste primero, pero al rato te avergonzó tu alegría y la rechazaste. Que a los muertos se les ocurra revivir, robarnos el tiempo en que hemos padecido su ausencia dándonos de golpes a obscuras, no es posible. La pena que nos causan al morir ya no les cabe discutirla, pues aunque de ellos deriva, sólo a nosotros pertenece. Nosotros que hemos dejado de ser lo que éramos en la época de aquella amistad, aquel amor que ellos han roto.”

La presencia de una ausencia es narrada magistralmente: “Además, con respecto a tu amigo, habías heredado su obra dispersa de poeta, que pasaste varios meses para ordenar y publicar, y de la cuál la crítica empezaba a ocuparse. ¿Cómo aceptar entonces reanudar, aunque a escondidas, un diálogo que te habría llevado tarde o temprano a corregir tus prefacios, tus anotaciones, hasta a desmentirlos? Interesaba al aparecido aún más que al legatario, que no se transparentara nada de esa segunda vida, en la que algunos envidiosos o pedantes podían husmear (sólo husmear) una impostura. Se lo dijiste. Soltó la carcajada, y te forzó a hablar más de dos horas para convencerlo de algo que a ti te parecía evidente”.

El final de la escena es desolador: “Cuando finalmente se fue, titiritabas de fiebre, de cansancio. Te encontrabas en el jardín de tu casa natal, reinaban las palmeras como veinte años antes, […] Seguías llorando oculto tras un árbol cuando amaneció”.

La trama aumenta en intensidad y parece que el narrador implícito contará la experiencia vital entre el maestro de literatura y el poeta fantasma, una ficcionalización de la propia historia de amor de André Coyné y César Moro, pero lo que es una promesa se queda sólo en eso, porque la novela se niega a contar la historia que anuncia. Y las siguientes páginas hasta el final del libro se convierten en una diatriba contra los medios de comunicación que manipulan las noticias y distorsionan la democracia, porque el profesor de literatura desperdicia sus días de descanso leyendo los periódicos en su cama.

Increíble, pero cierto: el autor perdió la oportunidad de su vida, se negó a contar la historia más importante y personal de su existencia. En esta decisión autoral libre se encuentra el mayor yerro de la obra. Las vacaciones es una novela fallida. Siempre se ha dicho que ser estudioso de literatura no te convierte en un escritor, en el caso de André Coyné la norma se confirma.

César Moro conoció a André Coyné un día de diciembre de 1948 –inicios del verano en Lima-, en la Alianza Francesa. Marco Avilés en un reportaje publicado en Gatopardo cuenta que el poeta invitó al chamaco francés a una excursión por la playa: “El paseo tuvo algunos accidentes. Mientras descendían por los acantilados, siguiendo un camino de tierra, una masa de piedras se desprendió desde lo alto. ‘Tuve la sensación de que el sol se me iba a caer encima’, escribió Coyné muchos años después recordando ese momento”.

Moro no se demoró en auxiliar al señorito francés y lo acompañó hasta su habitación (la del muchachito). Allí, según refiere Avilés, César “le hizo algunas proposiciones. Coyné tenía reparos por la diferencia de edad. Él tenía veintiún años y Moro cuarenta y cinco. Sin embargo accedió y, años después, hablaría de ello con cierto humor: ‘Allí pasó lo que tenía que pasar’. El romance fue breve, no duró más de un año, y terminó porque el joven francés se enamoró de un pintor”.

A la postre, Coyné se convirtió en amigo, confidente y heredero de la obra de César Moro. Junto con el crítico Julio Ortega editó alguna parte de su poesía, pero tristemente no ha salido a la luz la edición de la obra completa, quizá jamás se realice, acaso así deba de ser, acorde con la propia actitud descuidada que César Moro mantuvo para su trabajo artístico.

Coyné fue profesor de literatura y lengua francesa en la Universidad de San Marcos en Perú y ganó prestigio como el especialista en la obra de los dos Césares: el famoso Vallejo y el oculto Moro. También fue funcionario cultural en Brasil, el Extremo Oriente y México. Hoy es un viejo con la salud quebrantada y el cuerpo marchito, es el único hombre que queda vivo que conoció a César Moro y ahora espera la muerte de la mano de una enfermera en Francia. Coyné entregó el archivo de César Moro a la fundación Getty de Los Ángeles. Un tesoro: diarios, manuscritos, cartas, fotografías y pinturas. Esos papeles siguen palpitando bajo el polvo. Polvo de oro de Moro. Fantasma de sol. Espectro de sal. Sombra de amor.    

 

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El oro en la mirada

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Cual si fuese el mismísimo rey Midas, el barón Wilhelm von Gloeden (1856-1931) convirtió en oro todo lo que tocó su mirada. Legó a la historia un tesoro de incalculable valor y perturbadora sinceridad. Proveniente de Alemania encontró en Taormina, un poblado de Sicilia, su paraíso; allí, de frente al Mediterráneo, halló su hogar y su tumba. Este noble venido a menos huía de la tuberculosis, el clima siciliano lo curó, el sol de Taormina lo deslumbró, bajo ese cielo encontró el remanso que necesitaba, tenía veinte años y una cámara fotográfica.

     Wilhelm se enamoró de los muchachos de Taormina, algunos apenas eran unos niños, otros ya eran mayorcitos, con pelo en el pecho, a todos los fotografió, varias generaciones de efebos fueron desnudados por la lente del barón. ¿Qué suertes, artes y mañas emprendió este hombre para romper el pudor de los mancebos? Difícil saberlo, quizá unos chicos se despojaron de sus ropas con la inocencia de quien no tiene nubes en los ojos, otros más se entregaron a los deseos del alemán a cambio de un dulce o unas monedas, acaso algunos –los menos- sabían lo que hacían y deseaban entrar en el juego perverso del aristócrata empobrecido.

     Wilhelm von Gloeden fue un artista y un comerciante. Colocaba a sus jovencitos en escenografías griegas o romanas o lo que él en su mente imaginaba que había sido la Antigüedad clásica. Togas, columnas, mármoles, pieles de leopardos, coronas de laureles, vasijas, flores, alfombras y sedas evocaban un mundo perdido donde los ciudadanos griegos ejercían el papel de maestros de los adolescentes en camino de convertirse en hombres libres. La pederastia helénica consistía en varones que, de acuerdo con una ética y una estética, educaban y adoraban a los escuincles que llegarían a ser ciudadanos con voz y decisión.

     El fotógrafo era un pederasta y un demócrata. No discriminó a los chicos de Taormina, a los feos y a los más hermosos retrató sin reparos, en todas las poses que le vinieron en gana. De espaldas o con desnudos frontales, con amaneramientos en las manos o las piernas, dedos delicados, pies rústicos o calzando sandalias, rodillas raspadas, con rostros serios o joviales, o todavía con la candidez de quien ve amanecer por primera vez, pieles libres de cicatrices, cejas levantadas o serenas, caras con rasgos afilados o jetas mostrencas, frentes despejadas, con flecos, melenas despeinadas, cabezas pelonas o coronadas de flores, rubios y morenos, cuerpos mostrando una voluptuosidad rotunda o guardando un recato apenas disimulado bajo una manta, muslos lúbricos y caderas tibias, nalgas pequeñas, efebos tocando carrizos que eran flautas o sosteniendo rosas recién cortadas, en actitudes míticas o místicas, con arrebatos sensuales o descansando en tierna placidez, cuerpos lánguidos recostados en la arena de la playa, niños tostados al sol, de pie o sentados, arrodillados, tendidos en una alfombra o en el pasto, con el mar como único cómplice o situados en el primer plano de paisajes rocosos, también con una puerta entreabierta o una ventana cerrada como fondo llano, en grupo, en parejas o en total soledad, chamacos desnutridos, cuerpos púberes o anatomías con una musculatura en pleno desarrollo, muchachos divinos o vulgares, de hinojos, con ojos que da pánico soñar, con pequeños gestos coquetos o aires taciturnos, las miradas fijas o perdidas en el horizonte, miradas veladas, ocultas en el secreto. Fotografías con toda la luz, en penumbras o entre sombras. Fotografías en blanco y negro.

     Wilhelm von Gloeden tenía un primo, Wilhelm von Plüschow, mejor conocido con el nombre de Guglielmo, él también hacía los mismos retratos en Nápoles. Se dividieron la geografía italiana. Todo quedó en familia. Vendían las postales por correo, las copias viajaron por toda Europa y tuvieron imitadores. David Leddick en su libro de fotografías de desnudos masculinos, publicado por Taschen, afirma que “sería muy interesante conocer cómo von Gloeden presentaba el trabajo a sus clientes. Nos consta que muchos de ellos eran turistas de paso. Von Gloeden tenía diferentes categorías de imágenes para enseñarles, algunas de ellas rozando la pornografía pura y dura.”

     La editorial Taschen publicó un portafolio con una muestra de la obra del barón en 1993. Una década antes, el Colectivo Sol, de activistas homosexuales mexicanos, publicó por primera vez en el país un portafolio con 16 fotografías resguardadas en papel cebolla. Al parecer, el trabajo fotográfico de Wilhelm von Gloeden sumaba alrededor de 3,000 negativos de jóvenes núbiles, un cálculo exorbitante habla de 7,000 copias, pero la mayor parte fue destruida durante una purga de la policía fascista de Mussolini en 1933, sólo un centenar sobrevivió a la destrucción y al tiempo. Este legado que enriquece la historia visual se conserva actualmente en el Museo Alinari de Florencia.

     El escritor francés Roger Peyrefitte incluyó en su libro Los amores singulares (1949) una novela breve titulada El barón von Gloeden, traducida espléndidamente al español por los autores argentinos Abelardo Arias y Renato Pellegrini. Al cumplir setenta años, Wilhelm observa en retrospectiva las luces y sombras de su vida en Taormina. La narración en primera persona fluye apaciblemente con el cauce de la memoria. Peyrefitte, que hizo una defensa pública de la pederastia, jamás cruza la línea casi transparente que separa al erotismo de la pornografía, en su novela prefirió no escandalizar con escenas truculentas, su historia es una reflexión vital, con digresiones sobre la religión, la belleza y la juventud.

     El acierto del novelista está en descubrirnos a un viejo sabio que, por su edad, bien pudo fotografiar a varias generaciones de efebos en Taormina y ofrecer sus producciones a otras tantas generaciones de clientes, en un espectro amplio que incluía a monarcas y escritores.

En uno de los recuerdos del barón está contenida una meditación profunda sobre la fugacidad de la vida, la juventud y la belleza: “Miraba, en una placita, a una extranjera que fotografiaba a un grupo de chiquillos y uno de ellos dijo seriamente a los demás: ‘Cuando sea grande, me haré fotografiar desnudo, igual que mi abuelo’. Ese homenaje que me rendía sin saberlo me divirtió, al tiempo que me causaba cierta melancolía pues recordaba un pasado lejano en el cual el abuelo de hoy me deslumbraba con sus quince años.”

Este poderoso vínculo familiar también es visto desde el humor, cuando Wilhelm recuerda que “un joven inglés que acababa de hacerme un importante pedido, me pidió que le mostrara el libro de oro. De pronto cambió de color, ante el nombre escrito en una de las páginas.

-¡Ya es el colmo! –exclamó.

Apartó el libro con rabia, igual que el canónigo; aunque no por causa del nombre del arzobispo:

-¡Mi padre también!

Anuló el pedido y salió dando un portazo.

Tuve suerte; si él hubiere examinado el libro, lo habría hecho pedazos, pues habría encontrado el nombre de su abuelo. Su rabia me divirtió”.

La belleza y la juventud son efímeras, apenas un soplo de vida, pero el arte, así tenga fuertes implicaciones morales como el que expone a los niños a terribles relaciones de poder, nos permite reconocernos en nuestra propia mortalidad y trascenderla. En las páginas finales de la novela, el barón Wilhelm von Gloeden recorre uno de los “jardines del recuerdo” que construyeron los italianos para recordar a los caídos después de la gran guerra. Un jardín es una réplica minúscula del paraíso perdido. En cada árbol hay una placa con los nombres de los soldados muertos.

El viejo reconoce en esos nombres a los suyos: “En ese cementerio hay muchos muertos que fueron míos; sin embargo tengo una ilusión de que no están allí: su inmortal juventud, preservada por mis imágenes, está al abrigo de la parca. En algunas catacumbas de Sicilia se ve a los muertos horribles bajo la tapa de vidrio del ataúd; gracias a mí, se verá siempre y por el contrario, a vivientes deseables”. La fotografía como una forma de la inmortalidad. Un testimonio mudo congelado en el tiempo. La huella de un fantasma siempre vivo. Una fotografía es una sombra detenida con todos los claroscuros del deseo.                

 

 

 

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Ventura Pons: “Barcelona era una fiesta”

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En el lavabo de la Cineteca Nacional me encontré con Arturo Castelán, me preguntó cuál película vería esa tarde del jueves 11 de julio. Le respondí con tono seguro que la de Ventura Pons. “Entonces te veo en un rato”, me dijo. Arturo, director del Festival Mix, es un extraordinario difusor de cine, cuando quiero enterarme de la cartelera, sólo reviso la página de Facebook de Mix y organizo la agenda (siempre que los astros lo permiten).

 

La función de la Cineteca era especial y atractiva porque se anunció la presencia de Ventura Pons, director gay catalán, en la proyección de Ocaña, retrato intermitente (1977). Es muy difícil poder conocer, escuchar e intercambiar ideas con los creadores extranjeros que tienen una trayectoria consolidada, por eso se agradece que las instituciones encargadas de acercar el arte al público mexicano hagan bien su trabajo e inviten a los artistas de valía.

En su reseña del domingo 14 de julio, publicada en el periódico La Jornada, el crítico gay de cine Carlos Bonfil elogió atinadamente la iniciativa de la Cineteca; para él se trata de una “afortunada” y “ambiciosa retrospectiva” que consta de 18 películas de Ventura Pons; sin duda, se trata de una oportunidad única.

El año pasado en la barra de programación de diversidad sexual “Zona D”, del canal 22, vi una película de Pons que me gustó: Manjar de amor (Food of love), de 2002. Lástima que el horario de “Zona D” siga siendo para los desvelados, al filo de la madrugada del domingo. ¿En el 22 pensarán que no hay trabajo el lunes?

Manjar de amor es la primera cinta de Ventura Pons hablada en inglés, la mayor parte de su producción cinematográfica está hecha en lengua catalana. Y qué bueno que así sea, porque la diversidad lingüística en el cine –más allá de nacionalismos tontos- es un valor que nos enriquece. Manjar de amor recrea el libro del autor estadounidense David Leavitt, The Page Turner (1998), publicado por Anagrama con el título Junto al pianista (2000). Para Carlos Bonfil, es una “arriesgada y venturosa adaptación de la novela”.

Ésta es la historia de Paul, un estudiante de música, que un día tiene la oportunidad de su vida para convertirse en el chico que cambia las páginas de la partitura del pianista Richard Kennington. Paul admira a Richard en demasía y pronto se enamora de él, la relación maestro-alumno (fan y artista) se complicará con los juegos de poder que introduce el manager y pareja de Richard, Joseph Mansourian, un auténtico canalla. La trama me recordó algunas historias de amor de amigos músicos con sus profesores. Las relaciones entre jóvenes y adultos son más comunes de lo que las familias quisieran reconocer.

Cabe decir que Manjar de amor es una declaración de amor exaltado a Barcelona, la ciudad natal de Ventura Pons. Esa Barcelona que tiene su rostro más emblemático en las construcciones del barrio gótico y los edificios del arquitecto Antoni Gaudí, el hijo predilecto del puerto. En la película el verano barcelonés eleva la temperatura para la fiebre del deseo.

Con feliz fortuna me encontré con mis amigos Carlos, Javier y Daniel, les conté mi emoción por conocer a Ventura Pons, se sorprendieron, no sabían que estaría allí. Nos sentamos en la última fila de la sala, el lugar para reír a nuestras anchas.

“Es él, Ventura Pons”, les digo a mis cuates. En ese momento, el cineasta hace su entrada estelar con andar sereno, tiene 68 años y una vitalidad envidiable. Entonces, como si supiera que lo observo, Ventura Pons voltea a verme, le sonrío y me sonríe con cierta sorpresa. Miradas y complicidades para una sala a oscuras.

Cuando el director toma la palabra nos comparte el contexto de Ocaña, retrato intermitente. Nada estuvo improvisado en su primera película, él quería hacer un documental sobre la vida del pintor e histrión José Pérez Ocaña. Armó el retrato después de una noche en que Ocaña le contó su vibrante existencia. “Los tres documentales que he hecho de mis veinte películas son de personas valientes, Ocaña era un valiente. Me enamoré de su historia, que ahora se ha convertido en el símbolo de una época: el final del franquismo; en ese entonces Barcelona era una fiesta”, nos dice y después, en medio de las penumbras, surge la luz de la película.

Ocaña aparece en pantalla con un gato negro de ojos de esmeralda. El minino Enrique se muestra y desaparece sutilmente, indiferente a la cámara. Su dueño tiene toda nuestra atención y nos cuenta su verdad y su beldad (belleza que sólo posee cuando se hace un chongo, porque se ve feo con el pelo chino despeinado debajo del sombrero de Chaplin).

Ocaña fue un niño mariquita precoz. Nació en un pueblucho de la caliente Andalucía, de padre albañil y madre costurera, él quería ser pintor. El chaval afeminado fue apedreado por los hombres del pueblo. “A los obreros los respeto, pero es que me han jodido mucho”, dice Ocaña. Entre la joda y el fornicio. En el chiquero, en el pajar y en el río se acostó con gitanos, pecadores y pescadores, recuerda los encuentros con Manolo en la porqueriza.

Ocaña se enamoró platónicamente de su tío, era guapísimo, hasta que un día se suicidó. El niño no pudo dormir durante varias noches después de la tragedia. La desgracia lo marcó. Siempre estuvo marcado. “Soy un marginado, estoy con los marginados, con los homosexuales, las putas y los ladrones”, dice.

 “No soy homosexual”, afirma con total seguridad y después dice que sí, que a él sólo le gustan los hombres, que es misógino, que él es una loca. Se viste de mujer, pero “no tengo nada de travesti”. Es contradictorio y caótico, pero así es la misma condición humana. Es un ser frágil, golpeado, pero con una dignidad portentosa y una fuerza descomunal. Es un personaje estrambótico, carnavalesco, a veces grotesco. Cuando remueve recuerdos se adivina una ternura perdida en el brillo de sus ojos.

Él se viste de sevillana, y está chulísima, engalanada con sus ajuares limpios y lucientes. En el panteón visita a los muertos, Ocaña “vestida de recuerdos” platica con los difuntos, se burla con ellos. Es ateo, pero conserva una imaginería católica riquísima. A los curas no los quiere, pero tiene fe en los cirios ardientes. Pinta vírgenes y ángeles con estilo naif, hace muñecos de cartón y papel de china. La religión se me ha hecho un “fetiche”, confiesa. Avienta piropos y claveles al paso de la Virgen de la Macarena, tupida de joyas y flores.

Es adorador de Federico García Lorca, el genial andaluz, lee su poesía, la recita como un mantra. A Lorca lo mataron por maricón y republicano, Ocaña es uno de sus muchos herederos. Enlutado, enojado y eufórico. En el escenario lee fragmentos de La casa de Bernarda Alba y de los obras de los hermanos Álvarez Quintero.

Ocaña sale a la calle, reivindica las anchas alamedas como suyas, es la reina de la calle. Travestido va por las Ramblas de Barcelona, coquetea, seduce a los hombres, besa a los casados, regala una flor de su ramo al turista, provoca, siempre provoca. Canta, baila, todo su cuerpo grita que está vivo. La ley de peligrosidad social de los tiempos de la dictadura de Franco todavía estaba vigente, y la maricona se estaba jugando el pellejo. Pero el destape español ya nadie lo paraba.

Son emocionantes, conmovedoras, las últimas escenas del documental, con fotografías de una de las protestas de los activistas homosexuales catalanes en los años setenta, allí aparece Ocaña en pie de lucha. Los gritos retumban: “¡Libertad sexual! ¡Libertad sexual!”. Y la consigna rompe el silencio con fuerza y se vuelve eco. Y el verbo se hizo verso. Y el verso se hizo carne. Y la poesía estaba en esas calles. Y la rebeldía de ayer, la necesaria de hoy.

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Los relámpagos de julio y agosto

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Los relámpagos de agosto es la novela más famosa de Jorge Ibargüengoitia, pero Guillermo Arreola en su narrativa se encuentra lejano a él y más cercano a Elena Garro y Juan Rulfo. Arreola, además de escritor, es pintor y traductor. El pasado 16 de julio se inauguró una exposición suya titulada “Relámpagos”, que estará abierta hasta el 14 de agosto en la Casa Lamm, de la avenida Álvaro Obregón, en la colonia Roma.

Bien se puede afirmar que Guillermo está haciendo su agosto en este verano, porque durante el mes de junio también presentó la muestra pictórica “Dorado deseo” en la galería La Mala Leche, un pequeño espacio en la calle Boston. Pero hay más, en las librerías ya circula su último libro de cuentos Traición a domicilio, publicado por Joaquín Mortiz. Obra que ya quiero leer.

Antes de conocer a Guillermo leí su libro La venganza de los pájaros, publicado por el Fondo de Cultura Económica (FCE) en 2006. Una novela sobre la desolación y la memoria. Esta historia de una familia sumida en la pobreza y las enfermedades está ambientada en el campo que ahora se ha convertido en un desierto rural, un espacio abandonado hace décadas por la literatura mexicana.

Cuando la madre le pregunta a la bruja Camerina “¿y cómo ves el pueblo? Ella respondió que pues es muy bonito y curioso, señora, pero mientras que en el resto del mundo transcurre el año de 1969, aquí se vive como si estuvieran en el siglo pasado.”

Arreola nació en 1969 en Tijuana, en aquel entonces las tierras fronterizas se extendían apresadas en un tiempo suspendido, casi prehistórico, que el artista expresa tanto en su obra pictórica como narrativa.

La memoria no es un tiempo pretérito, es siempre un espacio, un territorio al cual regresar. Los recuerdos no pertenecen al pasado sino al presente y al porvenir, son vivencias convertidas en arena, terrones para desmoronar. La morada del tiempo es la memoria. Y la otra casa del tiempo es el olvido. Como bien dice una de las voces que le pide al niño, protagonista y narrador de la pequeña historia del pueblo, “prométeme que contarás que para olvidar sólo existe el recuerdo.”

La venganza de los pájaros es la historia de un niño memorioso, casi viejo, atrapado en un coágulo de existencia. Es un libro que rinde un homenaje certero a Pedro Páramo, porque, también en el poblacho del chamaco como ocurre en Comala, los vivos hablan con los muertos, acaso todos están muertos o todos son fantasmas. El escuincle recuerda en un lirismo de imágenes: “Sin Eva y sin Concha, sin Delia y sin Antonio, el pueblo seguía siendo el pueblo, el cielo una extensión atestada de miles de alas de un negro azabache, más hondo que la noche más profunda; el tiempo un marco para vivir y recordar lo que iba muriendo, la casa un paradero casi vacío. Yo seguía siendo yo: un niño cargando aún su sombra de niño como un esqueleto.”

El escritor tijuanense avecindado en la capital no oculta su fascinación por Juan Rulfo, e incluso se permite tomar prestado a uno de los personajes de Pedro Páramo, Juan Preciado. Con gran sentido del humor el autor decide que una de las hermanas del chamaco se enamore de su Juan: “Delia se carcajeó y enseguida dijo es nuevo en el pueblo, se llama Juan Preciado y está buscando a su padre, que porque le dijeron que alguna vez lo vieron por aquí; nos amamos por encima de la ropa, y yo lo quiero. Mi padre le dio una bofetada y mi madre dijo Delia qué embustera eres; cómo alguien se va a llamar Juan Preciado, esos nombres no los tiene nadie y son invenciones de gente loca y triste.”

Guillermo es de una timidez triste, su estado primordial es la melancolía, pero cuando sonríe su rostro se ilumina como un niño. Recuerdo el sol de su sonrisa la tarde que me invitó a conocer su taller de pintura, enclavado en el edificio donde vivió Juan Rulfo, en la enorme avenida Insurgentes. Esa construcción art decó fue la morada de Rulfo, el refugio a donde llegaba después de las noches de borrachera. Alguna vez, la puerta de su casa permaneció cerrada a cal y canto por decisión de su esposa Clara Aparicio, agobiada por el alcoholismo del escritor.

Arreola elabora una prosa que funciona como poesía de imágenes indelebles sobre la devastación y la tragedia: “Lucio llegó a la calle, gritando y llorando; cruzó varias cuadras, sin mirar los coches. Su cara quedó estrellada contra uno de ellos, como una mariposa que se estrella en el cristal de un coche en marcha.” El vuelo de una mariposa negra es un destello de fulgor ominoso.

Un vaso comunicante entre la pintura y la literatura de Guillermo Arreola es el dolor y la muerte. En su exposición “Relámpagos” el artista expresa la intensidad animal de los cuerpos sufrientes, atravesados por un rayo desgarrador como si se tratara de una falla geológica en la piel dorada, una raja palpitante en la carne. Aunque se anunció que la muestra constaba de 18 obras, en el salón central de la Casa Lamm sólo conté catorce. Al parecer, esto se debe a que algunas de las piezas ya habían sido vendidas antes de la exhibición, según aclaró el pintor al periódico Milenio.

Cuando llegué a la inauguración, di un primer recorrido que me impresionó por la diferencia entre observar la obra en el taller y después en la galería. Al rato, llegaron Guillermo y Braulio. Nos saludamos. El pintor fue entrevistado por Saraí Campech del canal 11. Al lugar también asistieron la periodista de la fuente cultural de Milenio, Adriana Malvido, la crítica de arte Magali Tercero y –si no me equivoco- la escritora feminista Francesca Gargallo, entre otras personas.

“Relámpagos” está presidida por un breve texto titulado “Desde mi ventana” que la poeta Pura López Colomé escribió especialmente para la exposición. Es un párrafo que ofrece un camino para ver la obra de Guillermo, una propuesta para excavar en el desierto o mejor descascarar la corteza de una mirada, la poeta dice: “Ese extraño astro verdadero y a la espera: raspa con dulzura pero con reciedumbre, con fe pero sin odio, con llamas en los dedos, en las uñas, pero sin quemar a nadie.”

Una fuerza  me obliga a ver de cerca las piezas, casi con obsesión debo acercarme a los cúmulos de colores. El amarillo eléctrico de unas vértebras, un animal rosa que parece un perro o un gato o un roedor moribundo. Allá el cuerpo de un canino apaleado. De frente, directa, la sonrisa irónica, muy animal, de un hombre con centellas en la cabeza. Una lluvia café que se deshace en chispas. Y un chubasco para fertilizar las semillas de un mundo desahuciado. La ausencia de una persona que retarda el momento final mientras pierde el humor negro de su alma, junto a un río azul neón. Un hombre tímido, inmerso en una neblina gris. Otro hombre apocado, en un rincón, sufriente. Huesos y órganos palpitantes como ofrendas.

Me pregunto por qué el título de “Relámpagos”, es cierto que hay trazos que recuerdan destellos fugaces, pero todavía no consigo percatarme del sentido de la palabra hasta que, de pronto, leo en las fichas que el soporte de las creaciones de Guillermo Arreola son radiografías. ¡Y entonces se hizo la luz! Y me cayó el veinte. Las piezas son acrílicos sobre radiografías, todas sin título y con las dimensiones estándar de las placas de rayos: 58 x 66 x 7.5 centímetros, la mayoría con fecha de 2010. En ese momento entiendo por qué los cuadros me parecían tan delgados, con un grosor similar al de un exvoto.

Guillermo Arreola construyó una metáfora poderosa, las radiografías como instrumentos médicos son imágenes indelebles que desnudan el interior de los cuerpos de las personas, así también trabaja el arte. Las radiografías son relámpagos imborrables de nuestros cuerpos. Él me cuenta que decidió trabajar sobre este soporte porque le pareció un material muy dúctil. Debido a que las radiografías tienen sustancias tóxicas tuvo que esperar cinco años para que fueran desechadas y los nombres de los pacientes fueron borrados por razones éticas. El artista creó una imagen pictórica que correspondiera a cada situación anímica y corporal de esas personas desconocidas.

La crítica de arte Teresa del Conde en un artículo titulado “La noche luminosa de una presencia”, que se publicó en agosto de 2006 en la revista Nexos, explica que Arreola “trabajó placas radiográficas que inicialmente se ofrecieron como cajas de luz. Ahora se tornaron pinturas por derecho propio y vale la pena comentar que el soporte -celuloide- se le convirtió en sostén que le permite una gran fluidez en el trabajo y la continuidad total de la pincelada efectuada con todo el cuerpo […], son todas distintas entre sí, más abiertas al accidente que las telas, y deudoras, pese a su pequeño formato, de las composiciones de los expresionistas abstractos.”

Cuando terminé de sentir esos cuerpos dignos, frágiles, que importan, abracé a Guillermo, mi amigo, y me despedí. Me interné en la boca de la noche, un poco apesadumbrado por la idea de nuestra propia debilidad. La certeza de nuestra mortalidad como un relámpago. Tan miserables los cuerpos pordioseros, después de su esplendor.      

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Las damas de Puerto Rico y la violencia

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Anoche tomé un curso veloz sobre Gabriela Mistral para poder tener interlocución con las damas de Puerto Rico que el martes conocería. Me sentía emocionado, supongo un poco, como debió sentirse la maestra Palma Guillén antes de encontrarse por primera vez con la maestra Mistral. José Vasconcelos encomendó a Guillén facilitar los trabajos de la chilena, que después llegaría a ser la Premio Nobel de Literatura en 1945. Pero anoche también me estremeció la terrible noticia del asesinato de 22 personas en seis ataques en Michoacán, mi tierra, territorio de templarios.

     En la mañana me habló mi mamá, por teléfono me contó que los heridos de Los Reyes fueron trasladados a un hospital de Zamora ranch, también me dijo que hay muchos militares en las calles. La masacre siguió en la semana en Tocumbo, Coahuayana, Buenavista, Churintzio. Las carreteras de Michoacán son trampas letales. El estado es tierra sin paz.

Pienso que deberían legalizar la venta de droga ya, por mí que la repartan a manos llenas para que le quiten el negocio a los príistas narcotraficantes, por mí que regalen esa porquería hasta que revienten. Son más de seis años de violencia descarnada. Es casi un mes de fuego sin tregua.

La familia Cárdenas, defensora del petróleo para el Estado, dejó crecer el narcotráfico durante una década en Michoacán. Fausto Vallejo es un elefante enfermizo. Y el gobernador Jesús Reyna es un incapaz. Todas las policías están corrompidas. Hay poblaciones sin alcaldes.

El presidente Enrique Peña Nieto dice que parte de la geografía michoacana ha sido tomada por el narco. ¿Por qué no garantiza la seguridad? Ah, cierto, porque esta semana tuvo una operación quirúrgica. La salud de Fausto y de Enrique es prioridad, mientras que los cadáveres de los michoacanos irán a la fosa común. Funerales de estado para el vicealmirante de la Octava Zona Naval, Carlos Miguel Salazar. Para los michoacanos anónimos masacrados, el olvido.

El jefe de gobierno de la capital Miguel Ángel Mancera hace una propuesta sensata: legalizar el consumo de la mota en la ciudad de México. El ex presidente Vicente Fox hace declaraciones tontas sobre Benito Juárez para desviar la atención de la opinión pública. Fox afirma estar a favor de la legalización pero su actuar es patético y puede defenestrar el camino para la paz. Mancera debe promover con seriedad y responsabilidad el comercio legal de la mariguana. Hay que arrebatarles el negocio a los narcos y a los priístas que se entienden bien con ellos.    

El martes viajé triste y abrumado rumbo al trabajo, pero en el metro por una feliz coincidencia escuché un programa grabado de radio con el tema del epistolario amoroso Niña errante, las cartas de Gabriela Mistral a Doris Dana, publicadas en 2009 por Lumen.

Cuando me presentaron a Li & Le, las invitadas portorriqueñas, nuestro tema fue inevitablemente la relación entre Gabriela y Doris y el programa de radio “Las aceras de enfrente”. Convencí a Le de no viajar a Morelia. La capital michoacana no es el lugar apacible que recibió a la filósofa española María Zambrano, y no vale la pena arriesgar el pellejo por perseguir el polvo de la Zambrano en su exilio. Li estuvo de acuerdo conmigo, la violencia en San Juan de Puerto Rico o en Nueva York no se compara con esta barbarie.

En misión especial acompañé a las niñas errantes en un recorrido por las librerías de viejo. Una tarde agradable. Le encontró un libro de la poeta lesbiana cubana Lourdes Casal, su nombre jamás lo había escuchado, aunque me recuerda al pájaro de La Habana Julián del Casal. Me despedí de mis nuevas amigas en el metro, ellas prometieron presentarme a dandys caribeños avecindados en México. Todo fuera los libros y las cosas buenas, pero la vida no es así, el infierno se encuentra al doblar la esquina.

 

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Falleció José Guadalupe Moreno de Alba, el lingüista

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El regreso a clases en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) estuvo marcado por el fallecimiento de uno de los lingüistas más importantes de nuestro país. José Guadalupe Moreno de Alba murió a la edad de 72 años, el viernes 2 de agosto a las 10:30 de la mañana. Un cáncer terrible terminó con su vida en el momento de plenitud intelectual.

El Colegio de Letras Hispánicas de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM perdió a uno de sus profesores más emblemáticos. Hombre erudito y de severa ternura. Respetado en la comunidad universitaria por su rigor en el trabajo y su generosidad. Su nombre era sinónimo de excelencia y lucidez. Cuando estuve en los semestres finales de la carrera pude haber inscrito su cátedra de gramática española, pero en ese momento de mi formación estaba seguro que mis intereses no se dirigían hacia la lingüística, así que opté por cursar otras materias; sin embargo, varios de mis profesores sí fueron alumnos de Moreno de Alba, maestro de maestros.

José G. Moreno de Alba pertenecía a esa estirpe de hombres que protegen con celo las instituciones, esos patriarcas fundadores que las dirigen con tino y diplomacia, pienso también en el historiador michoacano Luis González y González y en el filósofo Abelardo Villegas. Ellos eran intelectuales discretos que lejos de los reflectores mediáticos y las polémicas se dedicaban con pasión y entrega absolutas a ensanchar los horizontes de la cultura y veían con preocupación cualquier acción que pusiera en riesgo el prestigio de los privilegiados cenáculos académicos. Jamás cayeron en la provocación de dinamitar la autoridad, su revolución era de carácter distinto, permeada por el empeño acucioso del deber cumplido y circunscrita en el silencio de los claustros.

La sensible pérdida del lingüista nacido en Encarnación de Díaz, Jalisco, abre un vacío mayor en los estudios lingüísticos, literarios y filológicos de México. Fallecidos otros sabios: el filólogo Antonio Alatorre, el lingüista Juan Miguel Lope Blanch y el crítico de literatura José Amezcua Gómez, cada vez duele más la orfandad en el Colegio de Letras Hispánicas. Sólo quedan algunos profesores de la estatura intelectual de los finados; me refiero, por supuesto, a Margit Frenk, Eugenia Revueltas, Dolores Bravo Arriaga, Concepción Company y Aurelio González. Con la muerte de Moreno de Alba se cierra un ciclo luminoso de labor universitaria, que posiblemente jamás se repetirá.

José G. Moreno de Alba, además de ser docente, fue director de la Facultad de Filosofía y Letras, de la Biblioteca Nacional de México y del Centro de Enseñanza de Lenguas Extranjeras; también fue miembro de la Asociación Internacional de Hispanistas y miembro honorario de la Sociedad Mexicana de Historiografía Lingüística, así como investigador emérito del Instituto de Investigaciones Filológicas e investigador nacional emérito del Sistema Nacional de Investigadores.

Ingresó como miembro de número a la Academia Mexicana de la Lengua en marzo de 1978 y fue su director de 2003 a 2011, durante su mandato creó dos comisiones: la de Lexicografía y la de Consultas, que fueron claves en la elaboración del Diccionario de mexicanismos; además, al asumir el cargo, la Academia participó en la hechura del Diccionario panhispánico de dudas y la Nueva gramática de la lengua española. También fue miembro correspondiente de la Academia Cubana de la Lengua y de la Academia Norteamericana de la Lengua Española, y secretario de la Asociación de Lingüística y Filología de América Latina (ALFAL).

La obra que lega Moreno de Alba es rica y amplia. Colaboró en la preparación del Atlas lingüístico de México en 1990, coordinado por Lope Blanch. La mayor parte de sus libros está publicada por el Fondo de Cultura Económica (FCE): El español en América (1988), Minucias del lenguaje (1992), Nuevas minucias del lenguaje (1996), La lengua española en México (2003) y Suma de minucias del lenguaje (2003).

En esa labor minuciosa, el lingüista rehuía la tentación de convertirse en un gramático prescriptivo que regaña, refunfuña e impone normas sobre cómo se debe hablar y escribir el español; al contrario, su apertura intelectual le permitía describir el uso cotidiano de los hispanohablantes. Además, sus proyectos no se reducían a los pequeños círculos intelectuales, ya que salía al encuentro de sus lectores en periódicos y revistas para compartir el amor por nuestra lengua. Esta tarea de divulgación que profesaba con vehemencia es loable y lo retrata de cuerpo entero.

Las muchas empresas de Moreno de Alba realizadas con ahínco fueron premiadas con creces. Recibió la Gran Cruz de Alfonso X el Sabio, otorgada por el Reino de España en 1999; el Premio Universidad Nacional en Investigación en Humanidades, en 2003, y el Premio Nacional de Ciencias y Artes en el área de Lingüística y Literatura, en 2008.

Colegas del destacado lingüista expresaron sus condolencias: el poeta Jaime Labastida, actual presidente de la Academia Mexicana de la Lengua, y otros académicos como los escritores Margo Glantz, Vicente Quirarte, Gonzalo Celorio y Felipe Garrido. También el rector de la UNAM, José Narro, y Rafael Tovar y de Teresa, presidente del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (CONACULTA). De igual manera, el lingüista Luis Fernando Lara, investigador de El Colegio de México y Tomás Granados, coordinador editorial del FCE.

Éstos son tiempos oscuros. La estupidez de la población mexicana crece de forma escandalosa. La última afrenta a la educación es la entrega de libros de texto gratuitos plagados de errores ortográficos. ¿Qué se podía esperar en el sexenio de Enrique Peña Nieto, un hombre con un nivel intelectual bajísimo? Aunque parece que la batalla por la cultura está perdida, un grupo de amantes de las cosas hermosas se declara en resistencia. ¿El Estado mexicano dará oportunidad a una generación de jóvenes que continúa su formación universitaria de manera incesante? ¿Mi generación estará a la altura de la de José G. Moreno de Alba para enriquecer, preservar y continuar la tradición cultural de nuestro país? Hoy parece que la hermosa catedral se cae a pedazos inexorablemente.      

  

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Francisco de la Maza contra la caca de las palomas

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La majestad de los conventos y las iglesias de la Nueva España tuvo un historiador puntual y defensor tenaz: Francisco de la Maza y de la Cuadra, hijo de una de las familias potosinas de abolengo. Nació en 1913, en Real de Catorce, y ahora, en este año en que se cumple el centenario de su nacimiento, dos de sus alumnos lo han recordado. Curiosamente, en el mes de agosto, Margo Glantz y Jorge Alberto Manrique han refrescado la memoria sobre el maestro De la Maza.

Discípulo de Manuel Toussaint, Francisco de la Maza continuó la tarea intelectual de aquél y la consagró al nivel de un auténtico apostolado por el patrimonio artístico e histórico de nuestro país. Muchos de los magnos tesoros novohispanos creados por las manos indígenas para la alabanza de Dios se habrían perdido trágicamente sin el rescate y conservación, sin la salvaguarda y vigilancia atentas de don Francisco. Las invaluables joyas barrocas y churriguerescas son legado capital del pueblo mexicano y constituyen un patrimonio de igual importancia que nuestro petróleo.

Manuel Toussaint, fundador del Instituto de Investigaciones Estéticas (IIE) de la máxima casa de estudios, no se equivocó cuando invitó a trabajar a su lado a ese joven potosino de sonora prosapia. Y el alumno superó al maestro. Cuando Toussaint se retiró, De la Maza lo suplió con creces en su cátedra de “Arte colonial” de la Facultad de Filosofía y Letras, que entonces se encontraba en la Casa de los Mascarones, en la colonia San Cosme.

El historiador del arte Jorge Alberto Manrique en un ensayo en homenaje, publicado en la revista electrónica Imágenes, del IIE (que se puede leer en línea), cuenta con humor una anécdota de los primeros años de docencia de Francisco de la Maza. El profesor escribió una carta dirigida al director de la facultad, el filósofo michoacano Samuel Ramos; en ella “se proponía renunciar a la cátedra porque sólo asistían tres alumnos: uno era baldado, otro tenía largas ausencias y el tercero era ciego (no obstante que la cátedra se ilustraba mediante transparencias o diapositivas). No encontramos respuesta en el archivo. El hecho es que De la Maza no renunció y muy pronto su clase fue un rotundo éxito: el salón, los pasillos aledaños y las escaleras se llenaban con los alumnos inscritos, los oyentes y los ‘adulterios’ —como él los llamaba— porque también asistían juntos los novios y novias.”

De la Maza consideraba que su práctica docente no se debía circunscribir al salón de clases, por eso organizaba excursiones para abrir los ojos de sus alumnos. Margo Glantz en un artículo titulado “Reminiscencias…”, publicado en el periódico La Jornada del 8 de agosto, recuerda que Paco de la Maza —como le decían con cariño— “nos llevaba todos los domingos, o casi todos, a pueblos cercanos para mostrarnos los edificios coloniales más destacados, los del siglo XVI, con sus bóvedas góticas, sus torres mudéjares, sus artesonados, sus capillas abiertas, sus frescos; los del siglo XVII y XVIII con sus portadas o interiores barrocos o churriguerescos.”

Los viajes de los domingos podían prolongarse durante tres o cuatro días e incluso alguna vez organizó uno a Perú. Jorge Alberto Manrique explica que “la práctica de las excursiones resultó valiosísima: uno aprendía mucho. Los libros ilustrados o las diapositivas mostradas en clase valían la mitad de lo que se podía ver y descubrir con los ojos, además de la palabra sabia, su voz y las observaciones y preguntas que le hacíamos al maestro. Estoy seguro de que a los que vivieron esa experiencia les dejó una huella insustituible.”

Manrique evoca un retrato vívido de su querido profesor: “No alto, delgado, rasgos firmes, siempre bigote, la voz de barítono, más gruesa que el cigarro oscuro, mexicano, que fumaba: marca Elegantes. Bien vestido en la Facultad, en conferencias, en las reuniones; en casa un tiempo usó la toga, con un alfiler o seguro en el pecho —decía que la toga no le servía para nada—. Afable, simpático, ‘amigo de sus amigos, enemigo de enemigos’.” Ése era Francisco de la Maza, de cuerpo entero.

Al morir el investigador en 1972, se encontró en su archivo personal un manuscrito que luego la editorial Oasis publicó en 1985, con el título de La erótica homosexual en Grecia y Roma. La voluntad de su sobrino Luis Reyes de la Maza permitió que el libro viera la luz. De la Maza se había adelantado a escribir un estudio sobre literatura homosexual antes del ensayo fundacional de Luis Mario Schneider (quien fue esposo de Margo Glantz), “El tema homosexual en la nueva narrativa mexicana”, de 1977.

El tema del volumen no era novedoso, porque otros autores desde finales del siglo XIX y a la largo del XX ya habían recuperado la literatura clásica grecorromana como una tradición cultural de prestigio de las experiencias homoeróticas; sin embargo, a pesar de la falta de originalidad en la materia del libro, éste sí es muy importante porque se trata, hasta donde se sabe, de uno de los primeros estudios serios sobre la literatura homosexual elaborados por un mexicano.

El estilo particular de Francisco de la Maza hace de La erótica homosexual en Grecia y Roma una lectura deliciosa. Lo consulté en la biblioteca de la facultad para un trabajo final de mi clase de latín, y varios años después conseguí un ejemplar en una tarde feliz cuando iba a casa de Pablo.

Algún día también será mío otro libro de su autoría: Antinoo, el último dios del mundo clásico, publicado por el IIE en 1966. Éste es un estudio erudito sobre la estatuaria de Antinoo, el gran amado del emperador romano Adriano. A la muerte del hermoso efebo nacido en Bitinia, el emperador Adriano consagró ciudades, ritos, monumentos, efigies, estatuas y monedas en su honor. El muchachito se ahogó en el Nilo, pero el amor que le profesó su emperador permaneció como un testimonio eterno e indestructible. Sí, a veces, el amor vence a la muerte.

Esta historia fue narrada por la escritora lesbiana Marguerite Yourcenar en su novela Memorias de Adriano (1951), obra maestra del siglo XX, traducida al español por Julio Cortázar. Memorias de Adriano inauguró todo un género literario: el de la nueva novela histórica. Yourcenar exploró con profundidad un recurso literario jamás empleado antes en la novela histórica tradicional, porque ingresó en la mente y expuso las emociones del personaje histórico para mostrar la complejidad humana del protagonista Adriano, quien en su vejez aquilata en retrospectiva el transcurso de su vida.

Jorge Alberto Manrique recuerda que Francisco de la Maza se carteó con Marguerite Yourcenar, quien fue la primera mujer en ingresar a la Academia Francesa. De la Maza también sostuvo correspondencia con otros historiadores y realizó una búsqueda exhaustiva para su libro sobre Antinoo. La documentación implicó viajes alrededor de Europa. Manrique cuenta que “cuando yo vivía en Roma me consultaba en las bibliotecas, especialmente en el Palacio de Venecia; cuando llegó a Roma visitamos juntos las imágenes del héroe y también en Ostia y Nápoles.”

El historiador comenta que otros amigos homosexuales del maestro fueron Carlos Pellicer y Salvador Novo. En la entrada del 3 de febrero de 1971, de La vida en México en el periodo presidencial de Luis Echeverría, Novo nos regala una anécdota formidable: “De paso: es pasmosa la cantidad de auditorio que goza el programa de Zabludovsky; no hubo persona que al saludarme no comentase que ‘anoche habló usted de las palomas de Catedral’. Porque, en efecto, comparto y amplifiqué la preocupación de Paco de la Maza y su sacratísima ira (sus berrinches de la semana estallaron también ese sábado en una carta pública a don Juan Lainé porque van cuatro años de escabullir la restauración del incendio de altar y coro) al enterarse de que alguien propicia la multiplicación de las palomas amaestradas para que el Zócalo se parezca a San Marcos. Revelé que el excremento de estas aves monógamas, parasitarias y destructoras de cuanto brote atreva una planta, opera como el ácido más corrosivo sobre la piedra tallada de las iglesias que cometen el error de alojarlas. Así lo observaron en San Fernando los restauradores de la plaza. Un solitario sentimental y neurótico dio en alimentar a esas aves y permitir o fomentar su multiplicación, con el resultado que señalo. El Sagrario estará en peligro de disolverse en caca de paloma si las dejan ahí instalarse. Y aún hay cosas que no revelé, porque no había tiempo en mis dos escasos minutos: que sus piojillos blancos se transmiten a la gente con facilidad, y le dan tiña. Prueba: las bailarinas de Bellas Artes, en cierta época, ensayaban en San Diego, y colgaban sus trusas en la azotea visitada por las palomas de San Hipólito. De pronto empezó a acometerlas una comezón incontenible y molesta, sobre todo por las regiones capilosas que prefería. Hechas las confidencias mutuas, todas necesitaron de una limpia que conjurase la contribución insectual de las palomas a las actitudes coreográficas a que obligaba la comezón causada por las liendres mensajeras contraídas en la azotea y vía trusas.”

El 16 de febrero de 1972, Novo escribió un recuerdo por su amigo fallecido: “Una semana en que el largamente doliente Paco de la Maza se nos fue, casi en vísperas de que tanto como el de Catedral, le había contristado y rebelado el incendio de San Fernando. Clementina y Justino no se separaban apenas del lecho de Paco desde su violenta internación en el Centro Médico, adonde llegó en coma de que logró salir para caer en el fatal segundo. Acudí temprano al Gayosso de Félix Cuevas […] Se ha sabido después que Paco había expresado el deseo de ser sepultado cerca de la tumba simbólica que logró que se erigiese a su amada Sor Juana en el coro de la iglesia cuya conservación se debe a Paco.”

Mi amigo Miguel me cuenta que la Universidad del Claustro de Sor Juana “conserva un acervo especial y diferenciado dentro de su biblioteca general, la ‘Biblioteca Francisco de la Maza’, que son todos los libros que eran propiedad del Maestro, así como el espacio museográfico denominado ‘La Sala de la Plástica Mexicana’, organizada en honor suyo.”  

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El Colegio de México cumplió 75 años

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El Colegio de México (Colmex) cumplió 75 años de investigación en ciencias sociales y humanidades. Para celebrar un ciclo venturoso de trabajo, durante los días 2, 3 y 4 de septiembre se realizaron las “Jornadas conmemorativas a 75 años de La Casa de España”, organizadas por el presidente del Colmex, el historiador Javier Garciadiego Dantán. Los festejos se hicieron de la mejor manera: con música y literatura.

     Hace más de medio siglo, una idea generosa compartida por Daniel Cosío Villegas y Alfonso Reyes se convirtió en una realidad crucial para la cultura mexicana del siglo pasado. Esta consistió en abrir puertas y ventanas a los científicos e intelectuales españoles, que entonces sufrían el terror del golpe fascista del general Francisco Franco contra la República Española. El exilio republicano español enriqueció de una manera incalculable todas las esferas de la vida pública. En aquel momento, México escribió una página dorada en la historia de su diplomacia, salvó la vida de cientos de ciudadanos, y al recibirlos se salvó a sí mismo. El gesto humanitario fue pagado con creces por hombres y mujeres que aquí encontraron un mismo cielo.

     Después del estallido de la Guerra Civil Española en 1936, el historiador Daniel Cosío Villegas, quien realizaba labores diplomáticas en Portugal, concibió una respuesta a la situación de peligro inminente que oprimía las vidas de personalidades que representaban la vanguardia de la ciencia y el pensamiento de España y Europa: traerlos a México. La iniciativa de Cosío Villegas fue suscrita e impulsada con decisión por Alfonso Reyes, quien había padecido en carne propia las miserias del destierro. Los buenos oficios de ambos surtieron efecto cuando el general Lázaro Cárdenas, el último gran estadista en el poder, dio su aprobación al proyecto el 29 de diciembre de 1936.

     La empresa se concretó dos años después. Doce apóstoles llegaron a tierras mexicanas, atrás dejaban todo, su única maleta contenía la imaginación y la inteligencia para hacer una contribución significativa a nuestra cultura. Una mujer y once varones fueron el grupo más visible de un exilio conformado por profesionistas, científicos, artistas, obreros y comerciantes. Entre ellos: la filósofa María Zambrano, el filósofo José Gaos, el crítico de arte Juan de la Encina, el escritor José Moreno Villa, el crítico de música Adolfo Salazar, el historiador Jesús Bal y Gay, el editor Joaquín Díez-Canedo y el poeta León Felipe. En 1938 surgió La Casa de España para cobijar las tareas de esta delegación selecta. La Casa de España fue su refugio espiritual. México fue entonces su casa abierta.

     Cuando se hizo evidente que España no sería más el horizonte del porvenir, Daniel Cosío Villegas y Alfonso Reyes consideraron una institución académica de largo aliento. El 8 de octubre de 1940 La Casa de España dejó de existir formalmente para convertirse en El Colegio de México. Los científicos españoles de las llamadas disciplinas puras se integraron al claustro de profesores de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y los científicos sociales y humanistas continuaron en El Colegio de México.

     La misión de El Colegio de México sigue vigente en la actualidad. El Colmex tiene siete centros de estudios especializados y ofrece dieciocho programas de educación superior sobre distintas áreas del conocimiento: sociología, economía, política, administración pública, demografía, relaciones internacionales, historia, literatura, lingüística, bibliotecología, traducción, estudios de género, estudios urbanos y ambientales, y estudios de Asia y África. Además, alberga la biblioteca académica más importante de México: la biblioteca Daniel Cosío Villegas.

     En 1979, el historiador josefino Luis González y González igualó la gesta cultural de sus maestros y fundó El Colegio de Michoacán en Zamora; en 1982 se fundó El Colegio de la Frontera Norte en Tijuana, que después creció con varias sedes a lo largo de la frontera: Monterrey, Ciudad Juárez, Mexicali, Nogales, Piedras Negras, Nuevo Laredo y Matamoros. El modelo de educación superior e investigación de El Colegio de México se reprodujo y diseminó con sus particulares regionales en las décadas de los ochenta y noventa con la creación de: El Colegio de Sonora (1982), El Colegio de Jalisco (1982), El Colegio Mexiquense (1986), El Colegio de Sinaloa (1991), El Colegio de San Luis (1997) y El Colegio de la Frontera Sur (1994), con cinco sedes: Campeche, Chetumal, San Cristóbal de las Casas, Tapachula y Villahermosa; y muy reciente, El Colegio de Hidalgo (2005).

     Tristemente, el desarrollo de los colegios se ha truncado, mientras que más generaciones de historiadores, sociólogos, politólogos, demógrafos y lingüistas siguen formándose. ¿Qué oportunidad de desarrollo profesional tienen esos ciudadanos con estudios de posgrado cuando el Estado mexicano reduce sistemáticamente el presupuesto para la educación y la ciencia? Éste es uno de los muchos dramas de nuestro país enlutado.

     Javier Garciadiego afirmó a La Jornada que: “Podemos decirle al Estado mexicano que el Colmex ha cumplido con los propósitos que se ha impuesto. Hemos sido una institución que siempre ha respondido bien. Los impuestos que pagan los mexicanos, que se destinan al Colmex, están bien utilizados.” Garciadiego dio un ejemplo del impacto de la investigación realizada en los 16 volúmenes bajo el título Los grandes problemas sociales, colección que está en Internet y ha registrado 25 millones de consultas. El historiador sostiene que este resultado “es prueba de que en México sí hay buena educación. El problema es que es muy desigual. Hay algunas instituciones que hemos tenido recursos y hay otras que necesitan mucho apoyo. Tener una educación más homogénea, más pareja, es muy valioso para el país.”

     Son tiempos oscuros. Ahora la clase política amenaza a los maestros de educación básica con el despido y la pérdida de sus fuentes de trabajo, si no aprueban las evaluaciones creadas con estándares internacionales y modelos ajenos a la realidad nacional y a los contextos locales. ¿Cómo se puede exigir tal sinrazón cuando el Estado no ha proporcionado una educación de calidad a esos maestros? ¿Qué autoridad está en posición de reclamar cuentas cuando Enrique Peña Nieto es un débil mental que no puede articular una idea coherente? ¿Por qué la Secretaría de Educación Pública obliga a evaluaciones cuando al mismo tiempo reparte libros infestados de faltas de ortografía? Los maestros, en defensa de su vocación y sus intereses, se niegan a estos despropósitos. Ojalá consigan defenestrar este sistema corrompido, aunque quizá, al final, los priístas se impongan por medio de la violencia.

     La estupidez crece en la población mexicana en forma escandalosa, ya no se trata solamente de analfabetismo e ignorancia, sino de un grave despojo de inteligencia y conciencia de ciudadanía y dignidad. La enajenación de las personas es el fracaso más terrible de voluntades y luchas históricas. Hoy el gran proyecto cultural de Alfonso Reyes, Daniel Cosío Villegas y José Vasconcelos está en riesgo de perderse por culpa de un gobierno rapaz que no tiene el mínimo interés en la educación.

     La Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), El Colegio de México (Colmex) y el Fondo de Cultura Económica (FCE) –que el próximo año cumplirá su 80 aniversario- son la síntesis de los valores más altos del pueblo mexicano, expresión auténtica de la sofisticación de nuestra cultura. En el presente, esos valores parecen abandonados. Hoy la hermosa catedral se derrumba a pedazos. Sin embargo, en medio de la destrucción, me siento afortunado de que mi primer empleo formal sea como becario de investigación en el Programa Interdisciplinario de Estudios de la Mujer (PIEM), del Colmex. Mi trabajo es mi compromiso.  

     

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Un conejo en un país de sensibles

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El pasado 12 de septiembre leí este texto en la presentación de Sensibles, de José Dimayuga, que se llevó a cabo en la librería Voces en tinta. Tuve el gusto de compartir la mesa con el escritor Luis Zapata, el actor Gabriel Castillo y el autor.

Cuando menos lo esperamos, nuestras vidas se colapsan, sin avisar ni pedir permiso. Estoy en la sala de espera de urgencias de la Cruz Roja, de Polanco, es la noche del lunes y mi hermana será operada en la madrugada. Mis nervios están a punto del quebranto y para no ir a parar al quirófano decido terminar de leer Sensibles, aferrarme a la lectura como la única medicina posible. La literatura tiene un componente terapéutico, y el teatro, en particular, posibilita la catarsis de nuestros cuerpos ensimismados.

Sensibles es una publicación de 2012 de la editorial Praxis en coedición con el Instituto Guerrerense de Cultura, consta de dos obras de teatro de José Dimayuga (Tierra Colorada, Guerrero, 1960): País de sensibles y La forma exacta de percibir las cosas. En 1994, País de sensibles ganó el primer lugar en el Concurso Nacional de Obras de Teatro, convocado por la Sociedad General de Escritores de México (Sogem) y la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Con este melodrama, Dimayuga se confirmaba entonces como una voz de primer orden en la dramaturgia mexicana. Dieciocho años después, los lectores y las personas que gustan de hacerle al teatro, podemos tener una pieza de intensidades arrebatadas que es la gran metáfora de las familias mexicanas. ¿Acaso no es el melodrama el analfabetismo de nuestros corazones? La circulación de País de sensibles en un país de destrucciones y pérdidas sensibles es una estupenda noticia.

Un gato lleva serenata al conejo que vive en la luna. José Dimayuga es el conejo que persigue la imaginación de Alicia en el país de las maravillas. En el teatro, ese país de las mil y una maravillas, Dimayuga es un conejo con mirada despavorida y perspicaz que sale del sombrero del mago. ¡Y cuando menos lo esperas salta la liebre y el dramaturgo sorprende con su talento! El título de esta obra me parece en suma afortunado: País de sensibles es una metáfora hermosa, poesía en estado puro.

Si el título me encanta, el nombre de una de las protagonistas me hace sonreír: Haydée. Mi hermana, con la salud apachurrada, también se llama Aideé. El mismo nombre pero con ortografía distinta. La de la ficción lleva una hache muda y una “y griega”. La de carne y hueso no es muda, le duele el cuerpo, y tiene una “i latina”. Haydée siempre ha sido un nombre extraño en un México de apelativos tan absurdos como “Masiosare”. La Haydée construida con el material de los sueños es una persona rara. Su madre Imelda le insiste en que es una “rara” y ella se reconoce como tal. Rara como su nombre. Imelda, por su parte, es una Yocasta mexicana de cincuenta años, para mejores referencias es Imelda Castañeda, viuda de Menchaca. Y aquí hay un pequeño guiño, porque el otro apellido de José Dimayuga es, precisamente, Castañeda. Otra característica que comparte Imelda con su creador es su tendencia a las preocupaciones: “soy ligeramente nerviosita”, confiesa. Hasta aquí terminan los puntos en común entre una viuda y su dramaturgo.

País de sensibles está incluido atinadamente en la colección Juan Ruiz de Alarcón, porque José Dimayuga, al igual que su paisano, el novohispano Juan Ruiz de Alarcón, tiene un dominio en la construcción de personajes y, sobre todo, una maestría en la creación de universos femeninos verosímiles, desbordados y de enorme complejidad emocional. En un panorama general de autores varones imposibilitados de ir más allá de un esbozo simple de mujer, Dimayuga con mucha frescura imagina en escena mujeres de cuerpo entero. Con sus miserias, sus carencias emocionales y la posibilidad de decidir sobre lo que ya no quieren padecer. Imelda y Haydée, mamá e hija, que atraviesan una tensión de pronóstico reservado en una fecha apocalíptica, la víspera del 10 de mayo, el mexicano día de las madres.

El lector es testigo de las transformaciones personales de ambas protagonistas. Imelda aparece, en un principio, como la abnegada madre mexicana que aprendió a perdonarlo todo, una viuda que se siente vieja y está cansada de tantas desdichas, siempre abrumada por el estrés y los nervios, adoradora de Elvis Presley, de su hijo Beto y de la bebida, alcohólica sin anonimato; pero poco a poco esa maquillada resignación muestra sus claroscuros: el chantaje emocional, la condescendencia con Beto, la mentira solapada, el narcisismo como proyección fiel del espejo de sus deseos y la crueldad de su severa maternidad para con la hija hasta llegar al odio.

Haydée comparte con su madre el gusto por el chupe. Las fiestas familiares y las borracheras son perfectas para decirse las verdades, en esta oportunidad Haydée arrebatará la verdad que desconoce. Desde que pisó la cárcel ella quedó marcada. Poco sobrevivió de la chamaquita tartamuda, tímida hasta la introversión, medio misántropa, insegura e ingenua; ahora es una mujer de treinta años que pasó seis de ellos en el tambo por un asesinato que no cometió: el crimen contra su amado Javier. Sin embargo, de ninguna manera es una víctima ni se victimiza, Haydée es una flaca que tras las rejas se tituló en la profesión de ser una “güevona de tiempo completo”, que fuma sus buenos cigarros como se esfumaron esos años en la prisión. La escuincla temerosa como conejito indefenso se convirtió en la adolescente que se acostó con su hermano Beto para golpear a su madre donde más le doliera.

     El incesto, tema tan caro para observar las pasiones humanas, es resuelto de una forma atractiva para no caer en una tragedia ya muchas veces representada. A lo largo de los tres actos, las acciones son reducidas y concentradas, aunque en la última parte se incrementan; en realidad, Dimayuga no es un autor que colme a sus personajes de efectos, conductas, movimientos y tareas a realizar. Su dramaturgia, en cambio, brilla por la exploración de personalidades complejas y contradictorias. A los personajes de Dimayuga los vamos conociendo por sus discursos que nos iluminan sus pensamientos y sentimientos más íntimos. Las palabras y dichos de Imelda, Haydée y Beto configuran un retrato de sus personalidades. Esto implica un reto estimulante para los actores, que más que preocuparse en aprender una serie de acciones, deben centrar su atención en dar voz a la ternura y la violencia sin tregua de los parientes, las personas que se pueden apoyar o hacer más daño.

La familia como microcosmos de una sociedad desgarrada por la violencia. Una parentela como metáfora de un país destruido. O, como sucede en el sueño de Imelda, la familia es la imagen de un barco hundiéndose, donde las ratas huyen despavoridas, al grito de sálvese quien pueda. Una visión nada conformista con la realidad social. José Dimayuga también realiza en País de sensibles una crítica puntual, pero apoyada en la sutil ironía, a este país muchas veces insensible a las injusticias y la violencia de todos los días.

En la sala de urgencias, mientras esperábamos el parte médico sobre la operación de mi hermana Aideé, le conté emocionado a la mamá de mi cuñado el triángulo de Imelda, Haydée y Beto. Doña Rebeca también se emocionó conmigo. Le conté que la lectura me sirvió como válvula de escape de las tensiones de esa tarde, le expliqué que la posibilidad de imaginar en mi mente un escenario donde los tres personajes cobraban existencia era signo claro de que el material dramático late con intensidad en las páginas de Dimayuga, en espera de que un director lo transforme en teatro encarnado.

Si en País de sensibles el nombre de Puerto Ventura aparece apenas mencionado como el horizonte de una posible reconciliación, en La forma exacta de percibir las cosas Puerto Ventura ya es el espacio ideal para que se desarrolle una comedia ágil sobre una pareja homosexual en dos momentos de su vida: Frank y Paulino. Ambos tienen 55 años, quince de ellos los han pasado en la convivencia que del romance cayó en la rutina. En esta obra de menor extensión, Dimayuga explota con gran tino dosis de buen humor desternillante, el resultado es una historia divertida y entrañable.

La forma exacta de percibir las cosas es también un homenaje al poder de la imaginación y la literatura. La historia me recuerda por su calidad a La verdad sospechosa, de Juan Ruiz de Alarcón. En ambos dramaturgos se descubre la fascinación por el aura mágica de la ficción y su capacidad para construir mundos invisibles, que, por virtud de la palabra, son reales e irrumpen en la realidad misma. La imaginación, hermana de la locura, siempre acusada de propagar mentiras, es, en el fondo, la otra verdad. La imaginación es la verdad sospechosa y también es la forma exacta de percibir las cosas.

En la relación de pareja de Frank y Paulino está la combinación clara de los opuestos: Frank es apasionado, entusiasta, imaginativo, abierto de mente y de piernas, un hombre que disfruta contar con detalles los chismes y las historias y, además, es celoso, él es toda una loca que confirma la expresión “la imaginación, la loca de la casa”; en el polo más lejano está Paulino, un gay gruñón, racional, escéptico de todo y crítico implacable.

Frank propenso a interactuar con el México mágico se hace amigo de un fantasma singular y maricón: Louis Henry, médico francés, nacido en Lille, Francia, y eterno enamorado de Maximiliano de Habsburgo. La narración de Frank soluciona de forma estupenda los eternos rumores jamás confirmados sobre la presunta homosexualidad de Maximiliano. En lugar de inventarle más al mito con improbables deseos heterodoxos de Max, Dimayuga prefiere ahondar en la ficción y con acierto cuenta el amor platónico, jamás consumado, de Louis Henry, por su monarca. La descripción, después del fusilamiento del Habsburgo, expresa un homoerotismo necrofílico: “El mismísimo Louis Henry, más agobiado que la misma Carlota, fue a Querétaro y cuando entró a la casa donde el cadáver yacía, casi se desploma y no precisamente por el susto sino por la belleza desnuda que se tendía sobre una mesa de caoba. Frente a él se encontraba el muerto más hermoso del siglo XIX; todo agujerado, pero el rostro se veía bello y pálido como un alcatraz.”

Paulino se parece en galanura al emperador destronado y Frank le informa que, por esa razón, el fantasma de Louis Henry quiere coger con él. En este punto, José Dimayuga resuelve bien el riquísimo encuentro sexual entre el vivo y el fantasma, porque en lugar de poner en escena un burdo momento lúbrico, tan común en cierto ámbito comercial, pone en boca de Paulino la narración detallada de su escarceo con el ente del más allá. Y en el más acá, provoca que la excitación del público se potencie porque cada quien recrea libremente todas las intensidades del deseo compartido. Se trata de un discurso erótico que consigue recrearnos en el gozo sin repetir los lugares comunes.

El ingenio de Dimayuga es tan fino que, a partir de este punto climático, los papeles de Frank y Paulino se invierten de forma convincente, verosímil y genial: porque ahora Paulino será el crédulo y Frank, el escéptico; es decir, cada uno asume la perspectiva del otro, se encuentra en la otra mirada y con la posibilidad de acercarse a la forma exacta de percibir las cosas. No contaré el final aquí, por eso los invito a leer este libro que me permitió tomar un respiro del hospital, ese otro país de sensibles; y tener una pausa en la enfermedad, esa otra forma exacta de percibir las cosas (o de negarlas).                           

      

 

 

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